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Tribu, conspiración e identidad

Trump galvanizó la política identitaria, a la usanza de otros líderes de países ricos que han hecho lo propio para hacerse al poder.

19 de enero de 2021 Por: Marcos Peckel

Aunque no se ha confirmado la cifra de participantes en la turba que atacó el Congreso de los Estados Unidos el pasado 6 de enero, entre los miles de amotinados portadores de banderas, símbolos y vestimentas exóticas, estaban representados una variedad de grupos que lo que tienen en común es haber sido indoctrinados en la tesis de que las elecciones de noviembre les fueron robadas. Semanas de preparación e incitación desde la cuenta de Twitter del presidente Trump quien los invitó a Washington el seis de enero a hacer historia y “recuperar el país”, concluyeron en la toma del Capitolio. Se sabía que algo grande iba a pasar ese día y así fue. Estados Unidos y el mundo quedaron en ‘shock’ con las imágenes que emanaban desde el interior de Congreso, el bastión de una democracia que no ha estado libre de fisuras, quiebres y fragilidades.

Las heridas de la guerra civil concluida hace 150 años no han cicatrizado, cuatro presidentes en ejercicio han sido asesinados y dos han sufrido atentados, la grieta racial sigue abierta y a pesar de su inmensa riqueza, Estados Unidos es un país muy desigual en el que se impuso el capitalismo salvaje de los ‘robber barons’ del Siglo XIX.

Trump galvanizó la política identitaria, a la usanza de otros líderes de países ricos que han hecho lo propio para hacerse al poder. Ese tribalismo que traza líneas solidas entre nosotros y ellos, amigos y enemigos, buenos y malos, nativos y emigrantes, blancos y negros,
cristianos y otros, etc. Tras los disturbios de Charlottesville en 2017 en los que supremacistas blancos desataron una ola de violencia, Trump no atinó a decir nada distinto a que “había personas buenas en ambos lados”, con lo cual parecía sentar su posición frente a lo que en Estados Unidos ha tenido una presencia prevalente, pero generalmente rechazada por el establecimiento: el supremacismo blanco. Este mensaje sirvió de aliciente para que grupos y movimientos proponentes de esa ideología salieran de sus madrigueras gracias a lo que entendían era una patente de corso extendida por el Comandante en Jefe.

Ya no es el viejo Ku Klux Klan, que azotó el sur de los Estados Unidos tras la Guerra Civil asesinando principalmente negros además de judíos y católicos, sino sus herederos, un cúmulo de agrupaciones similares en ideología, una subcultura de violencia y pertenencia y variopintos en sus métodos. La de mayor visibilidad durante los eventos del pasado 6, QAnon, una teoría conspiratoria, que no es un movimiento, originada aparentemente en 2017, sin que se conozca su líder o sus líderes, que ha atraído a decenas de miles de seguidores a lo largo y ancho de Estados Unidos y otros países. Se movilizan a través de las redes sociales, la letra Q parece provenir de un código de acceso al sistema de la secretaria en energía y su inspiración viene de los Protocolos de los Sabios de Sion, ese panfleto antisemita que apareció en la Rusia zarista. QAnon acusa al “estado profundo”, políticos demócratas, judíos y otros de mantener una red de pedofilia que Trump está tratando de desmantelar. QAnon logró elegir dos diputadas a la cámara de representantes.

Sigue Proud Boys, agrupación antinmigrante, antifeminista, anticomunista, de corte fascista, portadores de parafernalia militar y solo para hombres. Los Oath keepers, una agrupación de extrema derecha compuesta por militares retirados, el club nacional socialista que promueve la ‘revolución blanca’ en Estados Unidos y varios más. Su denominador común es una ideología racista, identitaria, tribalista, dispuesta a usar la violencia para obtener sus objetivos y enceguecidas por Trump. No desaparecerán.

Sigue en Twitter @marcospeckel