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Hace una década

Mayo 15 de 2030. La ciudad había sido rediseñada desde aquellos días que el coronavirus devastó la sociedad,

12 de mayo de 2020 Por: Marcos Peckel

Mayo 15 de 2030. La ciudad había sido rediseñada desde aquellos días que el coronavirus devastó la sociedad, causando centenares de miles de muertos y decenas de millones de infectados, la mayoría de los cuales nunca supo cómo ni cuándo se infectó, ni cuándo se curó, excepto cuando alguien le dijo que su prueba había salido negativa.

Las calles principales de la ciudad se habían cerrado al tráfico de automóviles, sólo las nuevas bicicletas diseñadas para mantener el aislamiento social circulan por las vías al igual que patinetas y otros vehículos-monoplaza. El uso del casco bioseguro, copiado de los que usaron los astronautas del apolo 11 en su viaje a la luna, es obligatorio, también para los transeúntes. El transporte público; buses, metro, carrozas y demás, estrenó hace unos años su nuevo diseño para asegurar que ningún pasajero esté nunca a menos de dos metros de otro. Las sillas recuerdan aquellas usadas en primera clase de lo que alguna vez fueron grandes aviones.

La mayoría de la gente trabaja en su casa. Las sillas, escritorios y computadores cuentan con lectores especiales para asegurar que el empleado efectivamente ocupe su lugar y cumpla horario. Esa misma tecnología fue ofrecida a universidades para tomar lista de los alumnos pues las clases son en su gran mayoría virtuales. Los grandes campus universitarios se habían convertido parte en parques y museos urbanos, parte en casas de habitación una vez las ciudades comenzaron a desconcentrar los barrios más poblados pues estos se habían convertido en focos de contagio en la época de la pandemia. De igual manera los grandes edificios que antes de la peste eran de oficinas hoy son residencias para familias unipersonales, las que, según la oficina central de estadística, son cada vez más numerosas.

A los supermercados, otrora lugar de compra y reunión de vecinos, que aún funcionan, se les instaló un sistema de reconocimiento facial a lo largo y ancho de sus instalaciones. El cliente entra y sale, no pasa por ninguna caja pues ya el tomate y las papas han sido registradas por las cámaras y al salir debitan su cuenta bancaria.

Los estadios y coliseos han permanecido cerrados desde la aparición del virus. El moho y las telarañas proliferan por doquier pues sus dueños se han empecinado en no darle otros usos con la expectativa que “pronto” se reanudarán los torneos de fútbol y los conciertos. Preguntarle a un niño el nombre de un futbolista famoso equivale a lo que en la era de la pandemia era preguntarle por el de un matemático famoso; mirada perdida.

En un gran edificio donde antes estaba ubicado el aeropuerto principal, funciona la central nacional de control de salud e higiene, un organismo del Estado creado para vigilar la salud de todos los habitantes. En gigantescas pantallas cada ciudadano es representado en tiempo real por un punto. Cuando este se torna rojo se envía una alarma a la policía sanitaria, creada durante los más álgidos días del coronavirus, la cual inmediatamente se lleva al ciudadano a una cámara de desinfección donde debe permanecer en solitario durante 40 días.

Los Estados se han convertido en fortalezas medievales desde la devastación de la peste. El emblemático edificio de la ONU en Nueva York, organismo que había sido disuelto por anacrónico tras el paso de la corona es ahora la residencia de 235 familias, una representando cada uno de los Estados que existen en el planeta incluyendo aquellos que surgieron tras la corona, para simbolizar que a la humanidad aún le queda algo de eso.

Sigue en Twitter @marcospeckel