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De Isabel a Victoria a Isabel

El puntillazo final, ya bajo el reinado de Isabel II, ocurrió con la guerra del Suez, en la que Gran Bretaña junto a Francia, buscaron proteger su último reducto en Medio Oriente, siendo obligadas a retirarse, en un raro consenso entre los nuevos dueños del mundo, Estados Unidos y la Unión Soviética.

13 de septiembre de 2022 Por: Marcos Peckel

La primera reinó durante su génesis, la segunda durante su expansión y apogeo, la tercera durante su decadencia y final. El mayor imperio que haya conocido la humanidad tuvo a tres longevas mujeres a su cabeza, cada una símbolo de su era, convertidas en poderosas imágenes a mitad de camino entre el barro de los mortales y el olimpo de los dioses.
Había sido la primera Isabel, antecesora de su tocaya unos 400 años, la última de la casa Tudor, hija del Rey Enrique VIII, gestor del primer Brexit, la que tímidamente inició las conquistas sobre las cuales siglos después reinaría la legendaria Reina Victoria, cuya vida privada, dicho sea de paso, es fuente de luctuosas especulaciones.

Isabel I entró a la carrera colonial contra sus vecinos europeos a través de unos señores que las leyendas han exhibido con pata de palo y parche en el ojo, pero que eran despiadados guerreros, quienes se hicieron a grandes fortunas entregadas juiciosamente a la Corona tras asaltar embarcaciones que surcaban el Atlántico llenas de tesoros saqueados en ultramar.

Mientras Shakespeare desarrollaba su inmortal carrera literaria, los esbirros de Isabel I cazaban africanos y los enviaban como esclavos a los cañaduzales ingleses en Barbados y después al resto del Caribe y Norteamérica. Nacía así lo que con el correr de los siglos se convertiría en el fastuoso Imperio Británico, cuyo apogeo se da bajo los reinados de Victoria y su sucesor el Rey Eduardo VII, quien fue durante 60 años príncipe heredero esperando, como cualquier Carlos, el llamado del Creador a su madre. Por esos años el Imperio controlaba poco más de un cuarto del planeta en todos los continentes, 35 millones de kilómetros cuadrados, 450 millones de seres humanos.

El declive comenzó tras la Primera Guerra Mundial, en el nuevo mundo ‘wilsoniano’ que privilegiaba la “autodeterminación de los pueblos” tras la gran guerra que dejó a los británicos quebrados y ‘pidiéndole cacao’ a Estados Unidos para que se uniera al esfuerzo bélico.

El epílogo llegó con la Segunda Guerra Mundial que comenzó cuando Isabel Alejandra María de Windsor era una adolescente que correteaba por Buckingham Palace, sabiendo que algún día sería reina, mientras que su padre Jorge VI dominaba un Imperio que se resquebrajaba día tras día, a pesar del heroísmo de su población, víctima de los ataques de la Luftwaffe.

Concluida la guerra, se perdió primero la Joya de la Corona, la India, con la partición del subcontinente entre hindúes y musulmanes, un enfrentamiento que los británicos promovieron hasta el final, cuando el ‘Unión Jack’ fue arriado en Delhi y Lahore. No menos caótica fue la retirada británica de Palestina tras el mandato que le había conferido la Liga de las Naciones, que concluyó con la creación del Estado de Israel. Los años siguientes serían testigos del final de las colonias inglesas en África, Asia y el Caribe.

El puntillazo final, ya bajo el reinado de Isabel II, ocurrió con la guerra del Suez, en la que Gran Bretaña junto a Francia, buscaron proteger su último reducto en Medio Oriente, siendo obligadas a retirarse, en un raro consenso entre los nuevos dueños del mundo, Estados Unidos y la Unión Soviética. La afable reina Isabel ya no tuvo Imperio, meramente las islas británicas y algunas islas, incluidas las Malvinas que, por unas semanas en 1982, revivieron su otrora poder militar.

Pocos meses antes de la muerte de Isabel II, el país donde quizá comenzó la gesta imperial británica, Barbados, se desligaba de la Reina y se convertía en República. Y las que vienen.