60 años del Concilio
Las más cardinal de las declaraciones del Concilio fue sin duda Nostra Aetate la cual replanteaba las relaciones entre la Iglesia Católica y las confesiones religiosas no cristianas, particularmente el judaísmo.
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11 de oct de 2022, 11:55 p. m.
Actualizado el 18 de may de 2023, 05:03 a. m.
Sesenta años se cumplen este mes de uno de los acontecimientos más transformadores de la Iglesia Católica Romana con la inauguración en la catedral de San Pedro del Concilio Ecuménico Vaticano II del Papa Juan XXIII. Tres años después, el 8 de diciembre de 1965 sería el Papa Pablo VI quien daría por concluidas las sesiones del Concilio en el que participaron unos 2500 obispos y en el transcurso del cual fueron promulgados nueve decretos conciliares, cuatro constituciones dogmáticas y tres declaraciones. Tras el Concilio se ponía fin a la misa en latín, reemplazada por el vernáculo y el oficiante debía hacerlo de frente a la feligresía.
Uno de los trascendentales decretos del Concilio fue el ‘Unitatis Redintegratio’ que llama a la unión y unicidad de la Iglesia de Cristo, inaugurándose el diálogo ecuménico entre las diferentes corrientes del cristianismo cuyos tres cismas principales dieron origen a las iglesias ortodoxas, las iglesias protestantes y la Iglesia Anglicana. El ecumenismo ha tenido logros en temas de la liturgia, el bautismo de una es reconocido por todas y se ha establecido un contacto permanente entre las jerarquías, manteniendo cada corriente su total independencia. Sin embargo, tal como ha ocurrido durante siglos, la política hace lo suyo y en la actual guerra entre Rusia y Ucrania la Iglesia Ortodoxa Rusa en cabeza de su patriarca Kiril se ha alineado fielmente con el Kremlin mientras que la mayoría de iglesias protestantes ha condenado la agresión. El Vaticano ha buscado mantener una incómoda neutralidad.
Las más cardinal de las declaraciones del Concilio fue sin duda Nostra Aetate la cual replanteaba las relaciones entre la Iglesia Católica y las confesiones religiosas no cristianas, particularmente el judaísmo. Fue en las colinas de la Galilea, en los desiertos de Judea y en la ya entonces milenaria Jerusalem donde Yoshua ben Yosef -Jesús hijo de José- y sus apóstoles forjaban la nueva fe y fue tras el Concilio de Jerusalén hacia el año 50 antes de Cristo que los primeros cristianos decidían alejarse de las costumbres y tradiciones de sus ancestros hebreos, dando origen a dos mil años de una turbulenta relación entre ambos cultos.
Los concilios de Elvira y Nicea en el Siglo IV emitieron los primeros decretos canónicos en los que se marginaba a los judíos de la naciente civilización cristiana erigiéndolos en enemigos de la Iglesia. En años posteriores se entroniza la acusación de Deicidio extendida en tiempo y espacio a todos los judíos, sembrando las semillas de lo que serían las cruzadas, expulsiones, guetos, discriminación, persecuciones, la Inquisición y los líbelos de sangre, concluyendo en el Siglo XX con el Holocausto.
Nostra Aetate es lo más parecido a un acto de constricción por parte de la Iglesia. Cinco años demoró la elaboración final del texto en el que participaron eruditos católicos y judíos; cada palabra, cada coma, fueron cuidadosamente seleccionadas. Nostra Aetate desmontaba la acusación colectiva de Deicidio, reconocía los orígenes judíos de los padres de la Iglesia y de la Virgen María, reivindicaba el Antiguo Testamento y ‘reprobaba’ las persecuciones a los judíos. A pesar de ciertas ambigüedades en el texto, una nueva era comenzaba una vez el Sumo Pontífice, “Yo, Pablo”, suscribía las 1800 palabras contenidas en la declaración.
Nostra Aetata hace igualmente referencia al Islam en términos quizás paternalistas reconociéndole algunas virtudes y exhortándolo a “olvidar el pasado”. Hay que recordar que cristianismo e Islam, ambas religiones universales, han tenido y siguen teniendo un historial de conflicto en varios lugares del planeta.
Sesenta años que transformaron dos mil.

Analista internacional para varios medios en Colombia y el exterior. Fue profesor de la Universidad de Externado hasta 2022 y es actual docente de la Universidad del Rosario. Colaborador y columnista de El País desde el 2001.
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