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Pombo

Me duele decirlo, pero el trato que le damos al maestro Pombo y a sus creaciones no pasaría en otras ciudades como Barranquilla o Medellín.

11 de septiembre de 2022 Por: Mabel Lara

Llegó a Cali en 1957, tres años después de que la fábrica de los atardeceres, como alguna vez llamó Neruda a Manizales, nos cediera el privilegio de adoptarlo en la capital del Valle para que se convirtiera en el custodio de la locura.

Diego Pombo ha sido director y actor de teatro, gestor cultural, músico, artista plástico, pintor y político. Este último título se lo entrego al considerarlo un activista de las ideas liberales y admirador de la prolífica vida de Simón Bolívar, a quien ha retratado en innumerables oportunidades siguiéndole la pista a los amoríos, mitos y leyendas de la cultura popular; que incluyen versiones de amantazgos en la región.

Así mismo, se ha desempeñado como el notario de nuestra esquizofrenia. Pombo recrea en sus obras los universos fantásticos y teatrales que componen la caleñidad, no desde el cliché, sino recurriendo a su formación como escenógrafo. De este modo, ha logrado poner a conversar en un mismo lugar a ninfas, putas, locos, vírgenes, políticos, próceres y ladrones.

Pocos conocen realmente su legado. A él le debemos la preservación de la imagen e historia de una de las mujeres más importantes de nuestra cultura local: Jovita Feijoo, la reina de reinas; su novia y la novia de todos. También le ha dado un lugar al ‘loco Guerra’ a quien pinta como su director de orquesta del Cali viejo, en un intento por reivindicar los íconos que ayudaron a construir nuestra memoria histórica.

Esta semana me enteré de que una vez más sigue insistiendo en proteger uno de los regalos que nos hizo- la estatua de Jovita Feijoo situada en el Parque de los Estudiantes- pues después del estallido social, y algunas variaciones en la pintura de su vestido, se comprometieron a remozarla.

Según entiendo el ‘arreglo’ tiene un costo irrisorio de 20 millones de pesos, pero ni la Alcaldía, ni la Gobernación, ni los empresarios o las autoridades cívicas han atendido este llamado que se convierte en una explicación más del desmadre e indolencia en la construcción de un proyecto común de ciudad.

Me duele decirlo, pero el trato que le damos al maestro Pombo y a sus creaciones no pasaría en otras ciudades como Barranquilla o Medellín. Ellos han entendido que la pérdida de identidad de un pueblo incide directamente con la falta de arraigo y, por lo tanto, con el abandono.
Lamento que Cali no le haya dado a Pombo el lugar que se merece. Sé que él no está esperando aplausos o reconocimientos, pero el trato e invisibilidad al que ha estado expuesto devela la apatía, ignorancia y mezquindad que acompañan nuestras desgracias.

Esta es una dura conversación que debemos sostener. No tenemos hoy un proyecto colectivo y tampoco estamos haciendo esfuerzos por construirlo. Emociona ver cómo la salsa se ha convertido en un articulador de nuestra cheveridad, pero somos más que eso. La protección de la identidad, la defensa de las tradiciones y su transmisión como patrimonio vivo es una tarea urgente para una ciudad como la nuestra. Varios de nuestros empeños deberían dirigirse a la preservación de los referentes artísticos y patrimoniales y, en ese contexto, el trabajo del caldense caleñísimo, Diego Pombo, debería tener un lugar especial.