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Las primeras víctimas

Colombia es un país en el cual la retórica es el gran instrumento para solucionar los problemas, para crear un mundo virtual.

6 de marzo de 2022 Por: Vicky Perea García

La Ministra de Relaciones Exteriores dice que Colombia puede ser mediadora entre Ucrania y Rusia, pero el Presidente de la República la desmiente. Y luego, escribe a la Registraduría pidiendo transparencia en las elecciones y el Presidente vuelve a rectificarla.

El Eln que todos conocemos por mentiroso declara un cese el fuego durante las elecciones y el Ministro de Defensa lo desmiente, como si fuera necesario. ¿Había que hacerlo? ¿Era obligatorio dejar al gobierno como el que está en guerra mientras los violentos hablan de paz? ¿No es mejor el silencio?

Y qué tal como acabaron la credibilidad en palabras como “contundencia” o frases como “les caerá el peso de la ley” o “a la mayor brevedad posible”. O recursos como los tales “consejos de seguridad” que por lo general citan cuando los violentos han perpetrado sus fechorías, acompañados después de manadas de policías, militares y funcionarios que se paran atrás del presidente o el ministro o el gobernador, con cara de gravedad. A lo mejor se piensa que se está mandando un mensaje de unidad y autoridad, aunque si le preguntan a la gente les dirá que no les produce frío ni calor.

Ejemplos como estos abundan a través de los años. Ofrecer lo que no se puede cumplir, tener que rectificar lo que los subalternos dicen, usar los cargos para decir cosas que crean confusión, alarman o causan burla. Y aspirantes a la presidencia que usan el populismo y las mentiras para atraer la atención de los medios, aprovechando la crisis de credibilidad que padece la democracia a causa del clientelismo y la corrupción que se destapa a diario.

Y qué tal los candidatos y las candidatas empeñados y empeñadas en ganar audiencia. Las redes inundadas de propuestas “originales”, las calles anegadas de vallas que nada comunican y sólo muestran el despilfarro de recursos. Y de aspirantes al Congreso que se comprometen a realizar hasta lo imposible para cautivar a los electores, y una vez elegidos se olvidan de ellos.

Colombia es un país en el cual la retórica es el gran instrumento para solucionar los problemas, para crear un mundo virtual. O mejor, para taparlos, para dar por sentado que quien tiene el poder y la plata para que los medios les entreguen el micrófono es superior a quien los lee o los escucha. Y para hacer campañas mentirosas basadas en ofrecer la paz y el amor, mientras todo el mundo sabe que es lo que se viene si triunfan el odio, la venganza y la miseria encarnados en Petro.

Por ese abuso de la palabra, la gente da la espalda. No le interesa que le sigan diciendo cosas que no existen o presenciar contradicciones permanentes entre el Presidente y su Canciller-vicepresidenta o las bravatas de un ministro o los despistes de cualquier otro, todos al parecer empeñados en acabar con el poco respaldo al gobierno que pertenecen. Y entre los colombianos crece un murmullo que expresa el rechazo a lo que está sucediendo, a la manera en que se usa la retórica para cambiar la realidad: ¿Por qué no se callan?

Pobres las palabras, las primeras víctimas. Las dejaron vacías y sin contenido, las usan y abusan como si fueran las soluciones, para ganar protagonismos, para afirmar mentiras, para crear imágenes que no existen. Con ello acaban con la fe en las instituciones, destruyen la credibilidad de los gobiernos y mienten, como pasa en Cali, para ocultar las verdaderas intenciones de los gobernantes.

Sigue en Twitter @LuguireG