Putin, el judoca

Putin no escucha ni colabora. E insiste en volver a dominar Ucrania

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Foto de referencia. Migración Colombia tramitó la deportación de la colombiana Echeverría desde Suiza. | Foto: Archivo de El País

24 de feb de 2022, 11:35 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 04:44 a. m.

El presidente ruso Vladimir Putin mostró su verdadero rostro y verdaderas intenciones dictatoriales al exhibir -sin disimulo- su enorme poderío y el dominio absoluto sobre su país. En su último discurso para explicar la guerra contra Ucrania, desconcertó por su agresividad al verlo romper fríamente el tabú bélico en Europa y expresar absurdas dudas sobre la soberanía ucraniana mientras que los aliados occidentales aspiran garantizarla, con diplomacia y negociaciones.

De nada sirve. Putin no escucha ni colabora. E insiste en volver a dominar Ucrania, impedir que se independice más de lo que el considere permitido y -sobre todo- que jamás piense adherir al campo occidental europeo de Otan o la Unión Europea, alegando inquietudes relacionadas con la seguridad territorial rusa y la protección de los separatistas ucranianos a favor de Rusia en la región fronteriza del Donbas. Todos los esfuerzos para disuadirlo fracasaron. Putin no da su brazo a torcer y sin pedir permiso cercó Ucrania con más de 190 mil soldados armados de material bélico pesado. Y ordenó operaciones militares que podrían extenderse y convertirse en amenaza mundial. Agravadas con el existente peligro nuclear, hoy en día en manos de demasiada gente. Pero vamos por partes.

En realidad la guerra ruso-ucraniana ha comenzado desde hace años y se viene cumpliendo según un plan bien concebido por Putin, que la califica de “misión histórica”. Siempre poniendo en duda la legitimidad de Ucrania, país que los rusos piensan ellos crearon, les pertenece y debe permanecer en su órbita. En el 2014 ya Rusia se tragó la isla de Crimea (por seguridad) y el mundo dejó que el delito se llevara a cabo sin mucho intervenir. Todo por evitar la guerra y preservar un semblante de paz después del levantamiento popular llamado ‘Maidan’ (Revolución de la dignidad) que logró desbancar a un presidente ucraniano al servicio de Moscú (Viktor Yanukevich). ‘Maidan’ liberó a los ucranianos del yugo ruso y les permitió probar las mieles de la democracia occidental. Pero Putin nunca lo aceptó y siguió buscando pretextos para ‘recuperar’ Ucrania.

Primero dijo que haría la guerra para impedir que Ucrania haga parte de Otan lo que (según él) amenazaría a su país. Pero tuvo que cambiar de discurso cuando se supo que Ucrania no era candidato para ser miembro de Otan ni Otan lo había considerado. Entonces recurrió al peligro nuclear ucranio en sus fronteras. Pero también le recordaron que en 1994 Ucrania había renunciado a su arsenal nuclear a cambio de garantías de protección rusa, promesa evidentemente no cumplida. Luego Putin encontró finalmente el pretexto de entrar al Donbas a formalizar la independencia de las dos regiones secesionistas del Donetz y Luhanks. y lo cumplio en medio de una ceremonia ridícula, montada a la manera de una representación teatral con un Putin firmando su propia decisión frente a ‘parlamentarios’ condescendientes, petrificados del miedo y humillados, para decir lo menos.

Ahora el mundo se pregunta: ¿Convertido en líder supremo de la crisis ucraniana detendrá Putin su agresión contra Ucrania después de apoderarse de las regiones separatistas o seguirá su avance hasta la capital Kiev para someter a todo el país? El cerco de 190 mil soldados rusos a Ucrania aterra. Pero solo Putin tomará la decisión de una guerra generalizada y el mundo reaccionará en consecuencia. La exsecretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright advirtió en artículo reciente que Putin no es un “ajedrecista” como muchos analistas políticos lo califican, si no un ‘judoca’, muy aficionado a ese deporte. Astuto, sin duda, pero también muy brutal cuando lo considera necesario. Y toca tomarlo en cuenta.

Directora de El País, estudió comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana. Está vinculada al diario EL País desde 1992 primero como periodista política, luego como editora internacional y durante cerca de 20 años como editora de Opinión. Desde agosto de 2023 es la directora de El País.

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