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Mi casa, mi refugio

Lo cierto es que la pasividad y el estado vegetativo que nos embarga son el fruto de las terribles calamidades que nos golpearon en los últimos años.

6 de octubre de 2022 Por: Vicky Perea García

Desde hace algún tiempo, probablemente dos o tres años, salir de casa me cuesta trabajo. Obviamente lo atribuyo mucho a la edad, pero mis amigos y familiares, viejos y jóvenes (que son muchos) me dicen que sienten lo mismo. En casa están tranquilos, contentos; la calle los asusta y la evitan al máximo.

El mal parece general. Hace unos días una famosa actriz (cuyo nombre se me escapa) le pedía en las redes sociales a la gente no preocuparse por ella porque ya no sale a la luz pública como antes pues se encuentra feliz recluida en su casa. ¿Por qué el fenómeno? El filósofo y escritor Pascal Bruckner acaba de publicar un ensayo para explicarlo. Según él, “el ideal universal del hombre contemporáneo” son “las pantuflas, el sofá y las pantallas” (de televisión, computadores, teléfonos y otras). Con eso le basta para sobrevivir el resto de su vida.

Lo cierto es que la pasividad y el estado vegetativo que nos embarga son el fruto de las terribles calamidades que nos golpearon en los últimos años. Difícil nombrarlas todas pero hablo del sida, la pandemia del covid, el terrorismo, el cambio climático, la guerra en Ucrania, la amenaza de armas nucleares, la inflación y como si fuera poco los huracanes que se ensaña sobre Florida y todo el Caribe. Y todo sin solución aparente. Las más drásticas medidas sanitarias (confinamientos, máscaras y otros) no lograron erradicar la furia de la pandemia; los diplomáticos más preparados del planeta no logran convencer a un dictador enloquecido de dejar de provocar una guerra apocalíptica; la violencia terrorista crece y se perfecciona cada día más. Y no podemos hacer nada.

Daniel Samper Pizano en columna reciente reveló que la palabra 'catástrofe' fue la más utilizada del idioma español en los últimos tiempos. Ante tantos desafíos nos sentimos impotentes y poco a poco sucumbimos -sin darnos cuenta- en la tentación del aislamiento. Por eso quizás a la hora de elegir lideres recurrimos al facilismo de escoger candidatos extremistas e incluso dictatoriales con tal de descargar sobre ellos toda la responsabilidad de nuestros destinos. Hay desinterés. Hay falta de confianza. Hay desilusión. Hay fatiga.

Hace un par de días leí un artículo en el New York Times que se preguntaba sobre la vana necesidad de reconstruir los daños del huracán Ian en Florida si el año próximo puede repetir. Hoy en día los jóvenes ya no se quieren casar y cuando deciden hacerlo muchos ya no quieren tener niños. La llamada generación Greta que surgió cuando la adolescente sueca Greta Thunberg denuncio el peligroso calentamiento de la Tierra, limitó su movimiento a quejas y reproches de los mayores que no supieron detenerlo, sin jamás llegar a presentar un proyecto valido en este sentido.

Sin embargo cabe señalar que el encerramiento voluntario que tanto atrae no tiene nada que ver con lo que hubiera sido años atrás. El mundo de hoy pone a nuestra disposición la televisión, el internet, los teléfonos sofisticados y todo lo que queremos conocer, ver y escuchar. Cine, teatro, conciertos, deportes, viajes, libros, noticias… Todo. Si nos encerramos y no salimos al mundo, el mundo entero está a nuestro alcance. La tecnología ayuda y la aprovechamos. Pero aun así la inacción y la pasividad inquietan y sabemos que si no reaccionamos, la situación puede empeorar.

¿Cómo salvarnos? Pascal Bruckner tiene una respuesta. ¡Dice que Ucrania salvará Europa y salvará al mundo! ¿Cómo? Porque los ucranianos creen todavía en valores que descuidamos. Creen en la libertad y la necesidad de defenderla hasta con la vida. Con su valiente resistencia contra el opresor e invasor ruso parece que pueden ganar; “resultaron más fuertes que lo pensado y sus enemigos más débiles que lo pensado”. David y Goliat. ¡Una enseñanza!