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Davos, foro de los opulentos

Davos se proyecta como un termómetro, un catalizador y un curador, ‘llamada a mejorar el estado del mundo’. ¿Logra cumplir con tan sagrada misión?

24 de enero de 2019 Por: Liliane de Levy

La reunión del Foro Económico Mundial con los más ricos y afortunados del globo en Davos (Suiza) recibe a acaudalados hombres de negocios del calibre de Bill Gates, jefes de Estado, políticos destacados, académicos y periodistas especializados. Cada año y a finales del mes de enero acuden todos a la manera de un peregrinaje, con el propósito de palpar en conjunto la temperatura de la economía mundial, debatir sus fallas y ayudar a su buen funcionamiento. También se ocupan de problemas de salud, educación, medio ambiente y de los sociales en general.

Creada en 1971 por el economista suizo Karl M. Schwab, quien todavía la dirige, Davos se proyecta como un termómetro, un catalizador y un curador, ‘llamada a mejorar el estado del mundo’. ¿Logra cumplir con tan sagrada misión? Los analistas se muestran escépticos. Le reprochan la banalidad, la hipocresía y la falta de compromiso con la tarea asumida. Aunque la reunión tuvo sus momentos de gloria como cuando ayudó a que países rivales como Grecia y Turquía limaran asperezas y negociaran una convivencia civilizada. O cuando juntó enemigos acérrimos como el palestino Yasser Arafat y el israelí Shimon Peres y los sentó a hablar de ayudas mutuas y hasta de paz, y tantos más.

Sin embargo, la meta esencial de encontrar fórmulas económicas capaces de cerrar la brecha entre ricos y pobres no logra salir adelante; fracasa constantemente. Hace diez años, frente a la muy grave crisis económica que en este entonces lastimó al mundo entero, la reunión de Davos se había impuesto la tarea de frenar las extravagancias y la avidez de enriquecimiento de los ricos para permitir que un sistema más igualitario tomara forma y aportara urgentes soluciones. Pero este año en Davos, los participantes llegaron a la triste conclusión de que el gran esfuerzo prometido no se cumplió y que, al contrario, las desigualdades económicas y sociales se han acentuado de manera alarmante provocando en los pobres cólera y rencor que se traducen en incontrolable violencia.

De modo que el Davos 2019 se desarrolló en medio de un gran pesimismo y una asistencia récord de sus miembros, todos muy alarmados por la situación. Y por obvias razones. Primero porque no pudieron acudir a la cita personalidades claves a la hora de tomar decisiones como Donald Trump, retenido por su ‘shutdown’ (clausura temporal del gobierno) y su muro. Como el presidente francés, Emmanuel Macron, obligado a ocuparse del levantamiento masivo de los ‘Chalecos Amarillos’ en contra de su política que según ellos favorece a los ricos, exigiendo mejores salarios, impuestos más equitativos e incluso su dimisión. Tampoco vino la Primera Ministra de Inglaterra Theresa May por sus insalvables enredos con el Brexit.

Por otra parte Davos tiene ahora que lidiar con una nueva generación de gobernantes populistas, nacionalistas, chauvinistas y proteccionistas llegados de Italia, Hungría, Inglaterra, Estados Unidos, Brasil o Filipinas. En otras palabras con una audiencia diversa y abiertamente dividida. También con una Europa que se desmorona, con un Trump imprevisible y caprichoso, con una guerra comercial entre Estados Unidos y China que frena todo progreso, con un rechazo a la mundialización, con un profundo antagonismo sobre el medio ambiente.

Frente a tan inquietante realidad Davos se llevó a cabo debatiendo arduamente y prometiendo ‘moralizar’ y aplicar soluciones ‘inclusivas’. Pero finalizó como de costumbre, es decir sin decisiones precisas, sin misiones imperativas y sin estrategias comunes. Con la sola esperanza de que los ricos y poderosos sepan actuar en consecuencia de lo que vieron y oyeron.