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Un deber diario

El último día del año nos recuerda, con insistencia y nostalgia, que...

14 de enero de 2011 Por: Laura Posada

El último día del año nos recuerda, con insistencia y nostalgia, que a partir de ese momento habrá una transición. Cambio de chip. Quienes no creían en agüeros, esa noche los creen todos, sobre todo en el de las uvas, por lo que no escatiman en su compra ni consideran la atrancada que produce comerse una a una con cada atropellado campanazo. Con cada uva restringen el ocio, el enojo y el despilfarro y, a la vez, exigen deporte, serenidad y sonrisas. Pero qué uvas, qué las 12, qué va. Los deseos, metas y propósitos se construyen a diario sobre un pilar, acaso tan sencillo, que en ocasiones olvidamos: la felicidad. Un estado del alma que debería ser el único propósito y punto de partida para todo lo demás, que irá llegando por añadidura. En ésta, mi primera columna de 2011, quiero compartirles unos apartes de un texto que escribió mi abuelo materno acerca de la felicidad, una recarga directa de energía que debemos aprehender no sólo como una percepción, sino como un privilegio. Es lo único que cada uno se merece los 365 días del año.“La experiencia demuestra que el estado de ánimo de los directivos de una empresa se refleja en el de sus empleados. Si el gerente está preocupado y pesimista, sus subalternos también lo estarán y su rendimiento disminuye. Pero si manifiesta alegría y optimismo, de inmediato toda la empresa se contagiará y aumentará la producción. Por esto, es conveniente hacer algunas reflexiones sobre la felicidad, necesaria para la salud mental y física.Qué es y cómo se alcanza la felicidad, son las eternas preguntas a las que debemos dar respuesta. Quienes han querido definirla, no han hecho más que una descripción de ella. Voltaire dice que la buscamos pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa que no encuentran. Para Tales de Mileto, la felicidad del cuerpo se funda en la salud; la del entendimiento, en el saber. León Tolstoi dice: ‘Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo’. Para Jean Paul Sartre, la felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. Pero la de Aristóteles sigue siendo la más profunda y breve: ‘La posesión del bien deseado’.Todos coinciden en que la felicidad está en la mente y no en las cosas externas que nos rodean. Y no la encontramos por casualidad, ni nos la regalan, sino que cada uno tiene que fabricarla a su medida. Se confunde con un estado de alegría, optimismo y positivismo, que sólo se alcanza cuando sometemos nuestras emociones bajo un control racional de nuestro propio cerebro. Para ello, es necesario dominar y orientar primero nuestros actos, que tienen la capacidad de crear y modificar los sentimientos, entre ellos, el de alegría y felicidad. Pues con actos libres repetidos, podemos superar las filias y fobias, los amores y odios, que nos esclavizan. No es obra fácil, pero sí posible de obtener.Cada uno es actor y responsable de su felicidad. Y es porque tenemos en nuestras manos los medios para lograrlo, que los romanos sintetizaron en los dos adagios: Age quod agis (concéntrate en lo que haces) y Carpe diem (vive el momento). En otras palabras, viviendo el aquí y el ahora, sin pensar en el pasado, que ya no nos pertenece, ni en el futuro, que no ha llegado, seremos felices.Me sentiría profundamente satisfecho, si alguno de ustedes me llamara el día de mañana para decirme: ‘Tus reflexiones me sirvieron para sentirme capaz de ser feliz’”.