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Cincuenta Sombras

Empezar a leer un libro al que le antecede tanta fama, suele...

16 de noviembre de 2012 Por: Laura Posada

Empezar a leer un libro al que le antecede tanta fama, suele ser un reto para el lector habitual, cuyo sentido crítico cuida con recelo y poco o nada deja convencerse por las grandes operaciones de marketing detrás de historias que terminan convirtiéndose en éxitos editoriales y de ahí no pasan. Sin embargo, el éxito de una historia va más allá de estar presente en 37 países, vender más de 40 millones de copias en el mundo, ser estrella en las redes sociales o que en Hollywood se peleen por adaptarla. Contra todo pronóstico y ante la disyuntiva de excesivos elogios y constantes rechazos, bastó adentrarse en las páginas de ‘Cincuenta Sombras’ para poder entender toda la agitación que ha generado esta trilogía desde que salió a la venta y ha logrado que la gente -hombres y mujeres- le dé un sentido diferente a ese profundo y delicioso mundo del erotismo; ese que todos buscamos y deseamos, pero del que poco hablamos; ese que nos inquieta, pero al que le tememos; ese que nos despierta pasiones alocadas, pero nos intimida; ese erotismo tan natural y, aún no entiendo por qué, prohibido desde nuestra propia psiquis. De ahí que el reto haya sido más bien para su autora, la británica E. L. James, que para ser su debut en las letras logró la suficiente profundidad e interés como para derribar la barrera que se ha levantado contra lo que parecía una novela frívola y un simple triunfo publicitario. Tan complejo es cada uno de sus personajes, Anastasia, una profesional recién egresada, virgen, dulce y sencilla, y Christian, un empresario multimillonario, obsesionado con el sexo, esquivo y misterioso, como lo es el desarrollo de su relación y su rara forma de compenetrar dos vidas tan opuestas. Su contenido sexual es innegable. De cierta forma revive y redefine con altura todos esos elementos de dominación, sadismo y masoquismo que han estado presentes desde las películas de Luis Buñuel o de Jess Franco y su inolvidable Marqués de Sade, a principios del siglo pasado. Es explícita, tiene un lenguaje coloquial y sencillo, expone las cosas sin eufemismos, es sugerente sin ser vulgar y aterriza las fantasías a realidades cotidianas. Aunque lo intenta, lejos está de ser una novela rosa. Por eso sorprende que hoy en día se siga concibiendo con los tabúes y las vergüenzas propias de otras épocas. La historia no es más que un reflejo de la realidad, de esos anhelos reprimidos, de la naturalidad y la sabiduría, de las pataletas de esa “diosa que llevamos dentro” (quienes lo leyeron saben a qué me refiero) por simplemente ser y por evitar suprimir sentimientos y emociones tan controvertidos, si así los quieren llamar, como intrínsecamente humanos. Así que no, no necesita capas de invisibilidad ni camuflajes para leer ‘Cincuenta Sombras’. Bajo ningún motivo tener uno de estos tres libros en sus manos la convierte en depravada sexual. Tampoco en morbosa o impura porque en su casa ahora haya, junto con nuevo maquillaje y lencería, fustas, aceites, esposas y hasta bridas para cables. ¿Qué tiene de malo fantasear? El erotismo, como bien lo dijo el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, es la expresión de la civilización.