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Hugo Armando Márquez | Foto: El País

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La engañación

Según Abraham Lincoln, “Se puede engañar a una parte del pueblo todo el tiempo, y a todo el pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. ¿Será?

25 de mayo de 2024 Por: Hugo Armando Márquez

Convengamos que la política es teatro. Tal vez un subgénero de la comedia, pero de alguna manera teatro. Y esto la posiciona casi que dentro del mundo del entretenimiento. Con esto, se ha incrementado la habilidad para desviar la atención de los problemas reales, convirtiéndose en una disciplina macabra. Los líderes políticos, con una recurrencia alarmante, optan por lanzar cortinas de humo cada vez que sus planes fracasan o sus estrategias de gobierno se desmoronan.

Esta táctica, aunque vieja como la moda de andar a pie o la de respirar, sigue siendo efectiva para manipular la opinión pública y evadir la permanente rendición de cuentas. “En política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”, dijo Konrad Adenauer, expresando la esencia de este juego de engaños y distracciones.

Cuando las políticas gubernamentales no alcanzan sus objetivos o cuando los escándalos amenazan con desestabilizar el poder, los líderes a menudo crean distracciones deliberadas para desviar la atención. Un ejemplo es el uso de polémicas fabricadas fijando la atención en los grandes errores, pecados y delitos (que claro que los hay) por las guerras emprendidas en lejanas latitudes o las remembranzas de antiguas rencillas con los enemigos de siempre. Es bien sabido que la indignación y la controversia son herramientas poderosas para captar la atención del público.

En lugar de enfrentar las críticas u ofrecer alternativas genuinas, prefieren mantener a la ciudadanía distraída y dividida con argumentos similares a “pero tu mamá es tan gorda”. Es mezquino, es egocéntrico, es de doble rasero y debilita la confianza en las instituciones democráticas y en la misma noción de responsabilidad política.

El grueso de los mortales, y que no hacemos parte de las verdaderas élites, vamos a las urnas anhelando un sacudón positivo de la realidad y que los vientos de cambio traigan un nuevo aire. Y, contadas excepciones, nos encontramos con que la realidad es que todo cambia para que todo siga igual y el fanatismo es capaz de defender la corrupción propia, señalando la corrupción de la oposición como inmunda. ¿Realmente es válido tapar el sol con un dedo para que nuestros mesías no se quemen?

La persistencia en el uso de cortinas de humo revela una falta de respeto por la inteligencia del electorado, lo cual presupone que si lo estamos discutiendo es que están seguros de que carecemos de ella. Su certeza es que no diferenciamos entre lo trivial y lo significativo. ¿Tienen razón? ¿Nos cuestionamos eso antes de salir a dar nuestra mejor función de focas aplaudiendo?

A Venezuela le ha tocado cargar con su propia desgracia y con el ser el ejemplo trasnochado en todos los países para asustar a los ciudadanos. Cualquier ciudadano que no salga a arengar a favor de una reforma que el estamento desee impulsar, es un apátrida. Los corruptos son siempre aquellos que están en el otro partido o en la otra marcha. Y mientas ¿El dinero robado se recupera y se reinvierte? ¿Aquellos que cometieron actos de corrupción para beneficiar a un líder fueron nombrados por un anunnaki invisible y olvidamos el asunto? ¿Defender al líder a ultranza hace que la gasolina deje de subir o el sueldo me alcance más?

Según Abraham Lincoln, “Se puede engañar aparte del pueblo todo el tiempo, y a todo el pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. ¿Será?

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