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Termodinámica del Infierno

Quizá la fuerza del pensamiento estribe en su capacidad especulativa. Usted dirá...

17 de octubre de 2013 Por: Julio César Londoño

Quizá la fuerza del pensamiento estribe en su capacidad especulativa. Usted dirá que la especulación está muy bien para las reuniones sociales, pero que en otras situaciones, digamos en los quirófanos, son preferibles los caminos más seguros, como los que pueden formularse en sólidas series de inferencias inductivas o deductivas. Pero resulta que generalmente no disponemos de la información necesaria… y tenemos que especular. Un ejemplo. En una discusión sobre lateralidad, unos neurofisiólogos discutían las razones del predominio de los diestros (hay diez diestros por cada zurdo). Se habló de razones culturales, de las áreas de Broca de las manos y del “control cruzado” (el hemisferio derecho controla los movimientos del lado izquierdo) hasta que alguien dijo: yo creo que en las cavernas los diestros tenían ventaja porque empuñaban el cuchillo con la mano que está más cerca del corazón del enemigo. Otro ejemplo. En un ensayo sobre el incendio de la Biblioteca de Alejandría, su autor se pregunta ¿qué perdimos en ese holocausto? Y se responde: quizá perdimos allí la esquiva ecuación del azar, o una clave ecológica de la naturaleza, o la fórmula política capaz de resolver las tensiones entre el mercado y lo social, pero luego salta sobre estos abismos y lo resuelve todo con una especulación poética: «O tal vez lo que perdimos allí fue un verso, la línea capaz de dibujar una sonrisa en los labios de Dios». En un mail que circula hace tiempo en la red, se cuenta la historia del profesor de escritura creativa que pregunta: ¿Es el Infierno exotérmico (emite calor) o endotérmico (lo absorbe)? Con admirable aplomo, un estudiante respondió: «Primero, necesitamos saber a qué ritmo entran las almas al Infierno. Para calcularlo, recordemos que toda religión arroja al Infierno a los fieles de las otras religiones. De donde se sigue que todas las almas van al Infierno. Con las actuales tasas de nacimientos y muertes, podemos deducir que el número de almas en el Infierno crece de forma exponencial. »Veamos ahora cómo varía el volumen del Infierno. Según la Ley de Boyle, para que la temperatura y la presión del Infierno se mantengan estables, el volumen debe expandirse en proporción al flujo de almas. Hay, por lo tanto, dos posibilidades.»1ª: Si el Infierno se expande a una velocidad menor que el flujo ectoplasmático, la temperatura aumentaría, pero como “las llamas del castigo ni amainan ni arrecian” (Apocalipsis 12 : 35), podemos concluir que el infierno es exotérmico. Esto explicaría el calentamiento global y hasta justificaría la odiosa afirmación de que la Tierra es el infierno de los planetas de la región.»2ª: Si el Infierno se expande a una velocidad mayor que el flujo, la temperatura y la presión disminuirán hasta que el Infierno se congele. Por lo tanto, es endotérmico». Si recordamos que Juan Pablo II lo clausuró, cabe preguntarse: ¿Lo clausuró porque estaba congelado? ¿O se congeló porque estaba clausurado? ¿O por las inexorables leyes de la termodinámica metafísica?».La especulación nos permite saltar sobre los grandes vacíos de la ciencia. Es tan necesaria para el pensamiento como la imaginación para la narrativa. Sin ella, estaríamos condenados a andar prendidos de las paredes per secula seculorum.