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Oro en Villa de Leyva

Desde hace ya muchos años, a través de los manejos sutiles de unos espíritus selectos que me encontré en una mesa, me puse en contacto con lo último que me faltaba por conocer en este mundo precario: la divinidad.

23 de noviembre de 2020 Por: Jotamario Arbeláez

Desde hace ya muchos años, a través de los manejos sutiles de unos espíritus selectos que me encontré en una mesa, me puse en contacto con lo último que me faltaba por conocer en este mundo precario: la divinidad. Había tenido novias divinas pero pamplinas, verdaderas diablas bien maquilladas. A partir de allí siento que recibo cada día dosis dobles de luz, la del astro y de las farolas y la que circula por las redes de mi cerebro, entiendo lo que antes para mí era confusión, como si hubiera comido de la fruta del árbol del conocimiento, ya no despotrico ni insulto sino que enfilo mis palabras para la loa y el ditirambo. Disfruto de los dones del mundo contemplada la carne y descontado el demonio. Asumí el precepto de D. H. Lawrence de que “debemos dejar de ser hombres que oran para ser hombres que bendicen”. Me he acercado a la noción de Dios y me inclino ante cada uno de sus manifestaciones según la religión o mitología por donde circule, más panteólogo que panteísta. Mientras más me inclino para manifestar gratitud más altos dones continúo recibiendo. Y nadie puede pensar que soy un consumado marihuanero, pues como nunca fumé cigarro ni siquiera aprendí a aspirar.

A pesar de no tener aún suficiente confianza con el Señor para tratarle de tú a tú, voy a ver de escribirle en este momento unas oraciones gramaticales para bendecirle por haberme permitido cumplir mi sueño y el de mi dorado tormento, de instalar nuestras plantas y sus pantuflas en uno de los sitios privilegiados del mundo, en Villa de Leyva, donde si no estuvo situado el paraíso terrenal sí dejaron su huella los dinosaurios y mamuts que por allí también circularon.

Ya Claudia mi mujer, el maestro de obra Albeiro Cuevas y su hueste de obreros de la construcción, siguiendo los planos estructurales estelares de Edmundo Moure, terminaron La montaña mágica, pequeño palacete providencial a la vera del cerro y la laguna de Iguaque, de donde surgieron Bachué y su hijo Qhuzha con el destino de poblar la tierra a partir de la tribu muisca. O sea que estoy instalado en el mismo sitio de donde arrancaron los primeros hombres y las primeras mujeres en la prehistoria remota. Valió la pena haber esperado hasta los 80. Quien iba a pensar que el nadaísmo culminaría en una horda de Matusalenes.

He pasado a la espera dos años y tres operaciones quirúrgicas, de la columna vertebral, de la apéndice y de la próstata, de las que he quedado en perfecto estado luego de la convalecencia de cada una, privilegio que te agradezco, Señor de los amores y los dolores. De la primera casi no podía subir una grada ni andar entre las piedras compactadas del pueblo, pero el señor alcalde Víctor Hugo Forero debió haber recibido tu divino mandato de hacer andenes por cada calle, por lo que nunca será olvidado.

Sólo dos sucesos me tienen triste. El uno irreparable en la tierra, como fue el desprendimiento en la flor de la vida de Lina María Umaña, amada hija de Victoria Eugenia Franco, la dueña de la finca Villa Gabriela, donde pernoctamos dos años. Noches atrás, en una ventisca, escuchamos y vimos cómo se derrumbaba el rancho de los asados. En esas regiones que sólo a Ti corresponden, dale a Lina Señor el descanso eterno, en una bonita morada, ojalá cerca de la tuya.

También entregó sus pinceles el cuñado que era un hermano, mi vecino de predios y vecino de corazón, el pintor Juan Jaramillo Flórez, atacado de leucemia por la prolongada convivencia en su cuarto de trabajo con las tremendas trementinas usadas en la disolución de sus óleos. Pasó por todas los tratamientos de la ciencia médica y al final decidió instalarse en tu clínica. Parece que de “el día señalado” no se sale por más ruegos que se eleven, pues tu dedo es irreversible.

De mi parte te pido que me concedas tiempo, como te lo solicitó Kazantzakis a mi misma edad, para terminar la obra en proyecto y que seguramente me estás dictando. O por lo menos permitiendo que fluya.

Te oro en la felicidad y en la pena.

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