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María. Ahora sí que menos (2)

Con los libros de Gonzalo Arango hacían los pájaros nidos. Pero el libro que barría por su reiterada presencia era María, colgada por los estudiantes condenados a leerla.

6 de noviembre de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

Por esos días del 59 llegó el nadaísmo a Cali; establecimos el grupo con un sentido del humor y una apreciación de la vida bastante diferente al de Medellín, y Gonzalo Arango me encargó el nada penoso deber de dar a conocer nuestra genialidad mediante el escándalo, mientras podíamos llegar a hacerlo a través de la producción. El mito de la comarca “estaba pagando”. Traté de leerlo para atacarlo con más saña, pero el libro no se dejó. Mi mente estaba pervertida por la Nana, de Zola. María no era solo el novelón romántico que todo el mundo respetaba sin haber leído, sino también un parque y un monumento “casi en los patios de un cuartel”. Con el apoyo redactoral de Pedro León Arboleda -entonces periodista varado por la huelga de Relator y hoy un guerrillero abatido, a quien también el personaje se las hinchaba-, Alfredo Sánchez, Diego León Giraldo, el Monje Loco y yo facturamos un manifiesto tórrido al alcalde de la ciudad, que apareció al otro día en la primera página de El Espectador, donde hacíamos perentoria exigencia de que se retirara el monumento a María -bajo el riesgo de ser dinamitado- y fuera reemplazado por el busto de Brigitte Bardot. En el comentario de El Tiempo del día siguiente, lo único que se nos criticaba era nuestro mal gusto, pues según el editorialista -tal vez Eduardo Mendoza Varela-, el busto por el que deberíamos haber exigido recambio era el de Marilyn Monroe.

Dos años después, Gonzalo Arango tuvo la peregrina idea de convocar, durante uno de esos Festivales de Arte que se inventaba Fanny Mikey, la Exposición Nacional del Libro Inútil, en el Parque de La María. Ser enemigos de esa obra nos daba buenos dividendos, Nos permitía elaborar bromas apaches a la virginidad, a la castidad, a la enfermedad, al romanticismo y al pájaro negro dentro del paisaje bucólico. Todos los poetas de la parroquia y de la nación fungían de defensores a muerte de la historia de Jorge Isaacs. La juventud en cambio comenzaba a deshipotecarse de semejante influencia. Todo el mundo llegó al parque con carretadas de libros, especialmente sus propios autores. Otros llevaban los libros de sus enemigos. Algunos escritores del cartel mariano escondidos tras los árboles, con Velasco Madriñán, el autor de El caballero de las lágrimas, mandaban espías a averiguar si alguna de sus obras había sido ‘colgada’. Cuando les llegaba la noticia de que sí, salían de sus escondites y se sumaban al jolgorio.

Con los libros de Gonzalo Arango hacían los pájaros nidos. Pero el libro que barría por su reiterada presencia era María, colgada por los estudiantes condenados a leerla. Entonces Gonzalo pronunció su detonante discurso, que sólo Hernando Giraldo tuvo la osadía de reproducir en su Columna Libre. En medio del éxtasis, algunos chistosos quemaron sobre las cabezas de Efraín y María ejemplares de El Tiempo y El Espectador. Y nosotros, que siempre gozamos de tan buena prensa, nos vimos condenados al ostracismo. Esa noche hice un nuevo intento por leer a María. Imposible. Tenía a mente llena con Justine y a Juliette, del Marques de Sade.

El contragolpe no se hizo esperar -hace hoy 52 años-, a través la palabra cascada y sacrosanta del poeta de Piedra y Cielo y de ‘Teresa en cuyo c... el cielo empieza’, abanderado de las causas que tuvieran que ver con el idioma de Castilla y con la poesía prístina. Aunque poco dado al panfleto, Eduardo Carranza se dejó venir con una catilinaria. Y con inspirado acento en la á, exclamó ante las autoridades civiles, eclesiásticas y militares: “Ah, yo desafió a los escritores nadaístas, y les doy 50 años de plazo de aquí en adelante, a que escriban una obra mejor que María, o si no que callen para siempre”. (Continuará)

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