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Lotería de Navidad

Después de haber habitado paraísos que terminaron inhóspitos, he venido a templar tolda en Villa de Leyva, donde hasta los dinosaurios pasaron sus mejores temporadas terrestres.

25 de diciembre de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

Después de haber habitado paraísos que terminaron inhóspitos, he venido a templar tolda en Villa de Leyva, donde hasta los dinosaurios pasaron sus mejores temporadas terrestres. Que lo digan los fósiles del Kronosaurus, del Ictosaurio y de los tres Pliosaurios, que por aquí se repantingaron hace por lo menos 115 millones de años, y a quienes vengo a hacer compañía, con mis escasos 78 cumplidos. Y donde hubo un mar mediterráneo, a juzgar por las caracolas que merodean entre las piedras. Vine aquí a pagar una vieja promesa con Thomas Mann, de edificar una quinta que se llamará ‘La montaña mágica’, nada menos que al pie del Cerro de Iguaque, en cuya cima refleja el cielo la famosa laguna del mismo nombre, de donde emergió con su hijo de brazos la futura pobladora del mundo, Bachué, y a donde regresaron después de cumplir su labor en forma de serpientes que todavía surcan sus aguas. Es como vivir en una especie de sueño.

El 22 de diciembre, mientras doy vueltas con Claudia -la sardina que conquisté hace 30 años, casi que en el mismo mioceno-, por la plaza más grande de Colombia, empedrada y llena de luz, la vendedora de billetes me ofrece el del sorteo extraordinario de Navidad de la Lotería de Boyacá. A pesar de que siento que ya me he ganado la lotería de la vida, se la compro casi que por un arco reflejo. Y la coloco entre el libro de Borges, ‘La rosa de Paracelso’, que voy leyendo. Sólo con ese cuento, Borges hubiera merecido ganarse el Nobel. Al amanecer del 23, después de una noche intranquila donde sueño que mi mujer me dice que no a cualquier pregunta, revisamos los resultados. Los 18 mil millones del premio mayor pasaron de largo. Pero en el lateral del billete hay un Raspe y gane con 8 casillas señalando carros, motos, neveras, portátiles, licuadoras, televisores, a ganar si aparece el logo de la lotería. Desayuno leyendo el cuento del milagroso Paracelso, que logró retornar a la vida una rosa de sus escombros.

Mientras mi mujer raspa con la uña siento que el gran taumaturgo me hace una seña. Me lo voy a ganar, digo convencido. Y en efecto, en la casilla aparece un Renault Duster 2019 respaldado por la impresión del logo de la lotería. ¡Lo máximo! Es la mágica revancha de Borges contra la Fundación Nobel de Estocolmo, que prefirió hacerle caso a las intrigas de Gabo y a las recomendaciones de Pablo. Mi mujer termina por admitir que soy un mimado por el esoterismo tardío y por prometerme que no me volverá a decir que no. Salimos hacia Tunja a reclamar el premio. Sigo leyendo a Borges por el camino, esta vez ‘25 de agosto, 1983’, otro cuento aún más mágico, donde en un viaje a Androgué Jorge Luis entra a un hotel y en el mismo cuarto se encuentra con otro Borges mucho más viejo y a punto de morir, y es un sueño. Le digo a mi mujer que dejemos nuestra camioneta guardada y sigamos en la nueva Renault Duster hacia Cali. Ella me dice que no, que tiene otros planes. Me enfurezco y para no discutir más echo un sueñecito.

En Tunja reclamo el premio, una chimba de camioneta automática 4 x 4, con un felices pascuas me despido de mi mujer y salgo disparado para Cali a pasar la Navidad con mis familiares y con las angelicales fans que me queden.

El carro se maneja solo por lo que sigo leyendo de Borges ‘Tigres azules’. Hago un alto en el camino para almorzar. Parqueo en la puerta de un restaurante prometedor. Cuando comienzo a devorar la chuleta recibo una llamada de mi mujer. Que en la agencia de la lotería le informan que el premio es inválido, pues debería ser el logo del sorteo, no el de la empresa. Salgo al andén y la camioneta ha desaparecido. Deberé devolverme en flota con el rabo entre las piernas. Mi mujer me despierta diciéndome que hemos llegado a Tunja, a la oficina de la lotería, donde me informan que en realidad ese no es el logo que le daría respaldo al premio. Se me salta la piedra con Paracelso, pero sobre todo con Borges. ¡Boludo! Con razón no se ganó el Nobel.

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