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En casa de bruja (2)

Tener uno la oportunidad de departir con la mujer del diablo -o con una de sus mujeres porque bien tumbalocas sí debe ser el cornudo-, se me antojaba una aventura apenas digna de mi pose de sátiro irreverente.

26 de agosto de 2019 Por: Jotamario Arbeláez

Tener uno la oportunidad de departir con la mujer del diablo -o con una de sus mujeres porque bien tumbalocas sí debe ser el cornudo-, se me antojaba una aventura apenas digna de mi pose de sátiro irreverente.

La dama me invitó a la piscina, ella si con un taparrabos de Christian Dior, y yo me dediqué a disfrutar del frescor del agua y a tratar de epatarla con mi nado crol aprendido de don Pablo Manrique en Santa Librada, combinado con el nadadito de perro que suelo practicar con algún prospecto galante. Debo confesar que en principio se me ocurrió que madame, a pesar de su figura y finura, estaba algo descocada y vivía una fantasía delirante. No es que dude de la existencia del diablo, dios me ampare, pero me parecía por lo menos dudoso que se me viniera a aparecer como un rival romántico. Porque la señora suculenta sí estaba, e impostaba un cierto grado de coquetería irresistible.

- ¿Y a qué te dedicas luego de que te despachó la modelito bizcorneta de Bellas Artes?

–Corté con las relaciones carnales y emocionales físicas y terrenas. Para no perder mis arrestos de amante latino suelo flirtear con chicas y señoras bonitas, como lo es usted, pero para el empalme erótico me limito a ciertas relaciones con figuras angélicas que aparecen en la plástica clásica y hasta contemporánea, mediante una mezcla del método esotérico de la materialización de lo evocado y del método paranoico crítico de Dalí. Ello me fue acordada por espíritus selectos que quieren reclutarme para una gran faena espiritual que cambiará el pulso del mundo.

–Sospecho que fantaseas para impresionarme. Eso de la copulación con ángeles es un engendro, puesto que los ángeles ni sexo tienen. Además que son desabridos, desangelados. Pero eso que dices o cosas parecidas yo te las podría proporcionar sin necesidad de ponerte a salvar el mundo por el espíritu sino sacrificando algo que para nada mejor pueda servirte. Tu alma, que en este momento para ti es una piltrafa.

–Ah, mi alma, esa sí que no está en venta, ni en canje, ni en alquiler, por más deteriorada que ande. Es lo que me sirve para escribir mis poemas, que son mi polo a tierra en la vida. Y en realidad que no necesito de nada.

–Y con esas poesía que dices que escribes, ¿no te gustaría ganarte unos premios? Ello seguramente te granjearía la inmortalidad que buscan los santos en sus estatuas y los escritores en sus volúmenes. Tú sabes que tengo quién te los pueda garantizar.

–Gracias, pero prefiero ganarlos por mí mismo. Mal podría aceptar que el demonio me gestione premios a unas obras dictadas por el Espíritu Santo.

–Has de saber, querido amigo poeta, que no es sólo el Espíritu Santo quien dicta a los amanuenses. También lo hace y con lujo de estilo y de contenidos el Espíritu Demoníaco. Y los lectores desprevenidos difícilmente notan las diferencias sutiles. Cuántos libros no fueron incinerados por la iglesia, recuérdalos, que con la mayoría de ellos te formaste.

Me dejó pensando. Esa si no me la sabía, ni la había sospechado. Yo sí quería escribir obras cumbres, no importa de dónde vinieran. Lo importante es el soplo, pensé, no importa que sea divino o luciferino. Si es divino magnífico, pero hay que tener en cuenta que el ángel Lucifer, así esté caído, representa la independencia y la libertad. De todas maneras, la inspiración proviene de la misma familia.

-Háblame querida Cristálida de cómo se consuma ese pacto. Qué se promete y cómo se recibe sin necesidad de cobrar porque yo para eso soy una papa, y cómo se paga sin necesidad de terminar siendo un ente.
–No tarda en llegar a cenar el Señor de los Abismos. Vístete de negro que en el cuarto de los invitados encontrarás ropa de tu talla. Con tu comportamiento te has hecho digno de ello. Celebro que no te hayas tratado de propasar conmigo, como sueles hacerlo con otras. Estoy segura de que no es porque no te guste. Esta va a ser la noche de tus noches.

Sonó el timbre de la puerta. Tan educado el Maldito, llegué a pensar. (Continuará).

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