El viejonadaísmo

Cuando andaba por mi veintena ensayando ser literato por el influjo de las musas de bluyines descaderados y por Marilyn y Brigitte.

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24 de ago de 2020, 11:50 p. m.

Actualizado el 25 de abr de 2023, 05:46 a. m.

Cuando andaba por mi veintena ensayando ser literato por el influjo de las musas de bluyines descaderados y por Marilyn y Brigitte, creía que escribía prosas tan modernas que destilaban futuro. Jaime Jaramillo Escobar, mi maestro, me restregaba que “escribimos para los hijos de los astronautas”, que hoy son abuelos. Consideraba pasado de moda referirme al pretérito acogiéndome a la nostalgia, como hacían tantos escritores mayores cuando el mundo iba destiñendo, y en particular en nuestra región con los cuentos del Caliviejo.

Pero resulté peor que los viejos con Caliviejo con mi nadaísmo de chontaduro, por más de 60 años predicando su vida y milagros, el más sobresaliente el que se haya mantenido vigente. El tiempo pasa, el nadaísmo queda. El ‘viejonadaísmo’, que a más de toda una constelación de jovenzuelos sesenteros tuvo al menos cuarenta novas y algunos soles.

En ese tiempo uno pensaba que la vejez era cosa de viejos y que la juventud era eterna y la inspiración vanguardista siempre. Y se nos fue consumiendo la vida como la juventud en el culto a la poesía callejera y a las artes de la protesta, para que no se nos fuera a tildar de escapistas cuando el mundo y el país se rajaban en injusticias y los afanes bélicos nos llenaban de muertos, desaparecidos y desposeídos, los condenados de la tierra a quienes hubimos de tenderles la mano. Pero ni salvamos el mundo ni el país aunque le propiciamos la paz, ni alcanzamos el Nobel de poesía aunque algunos poemas muy buenos sí suscribimos. El nadaísmo quiso disolverlo todo, para empezar, le pusimos tilde a la mí para disolver el diptongo.

Los desapacibles muchachones de entonces que no han partido frisamos entre los 75 y 88 y continuamos trabajando borradores de adolescencia. Así, siguen publicando Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar, Armando Romero, Pablus Gallinazo, Patricia Ariza, Dina Merlini, Álvaro Medina, Pedro Alcántara, Rafael Vega, Dukardo Hinestrosa, Jan Arb. Y la Biblioteca Nacional lanzará ‘33 poetas nadaístas de los últimos días’, que comprende a los niños María de las Estrellas y Luis Ernesto Valencia, desaparecidos a las edades de 13 y 10, hace 52 y 40 años.

Cuando escribíamos contra todo lo que se movía o estaba estático para mal, nos atacaban y descalificaban como iletrados y salvajes. Cuando fuimos adquiriendo cierta sabiduría y escribimos con sensatez nos atacaban diciendo que el sistema nos había ‘asimilado’. Supondría el gran público que al haber ingresado al nadaísmo hicimos voto de pobreza y de sufrimiento, pero con los premios ganados por protestar fuimos adquiriendo dónde vivir. Y seguimos sufriendo por los males del mundo que ya son muchos para agregarles los nuestros.

“Quien iba a pesar que el nadaísmo iba a terminar en una parranda de viejitos”, exclamó Eduardo Escobar en San Andrés hace 30 años, cuando ni siquiera cantábamos. “Papi, ¿te sientes viejo?”, me inquiere mi hija por internet. “¿Viejo yo?, viejos mis contemporáneos”, y salgo a correr con mis perros por la campiña hasta llegar a la tienda en busca de un whisky y desenfundar el celular para coquetear con mis fanes, que esas sí nunca maduran.

Ya no estoy en la ciudad sino habitando los campos de la maravilla de Leyva, pero no olvido la admonición de Kavafis de que “la ciudad te seguirá. Y en las mismas calles terminarás lleno de canas”. Se va gastando la vida como la suela de los zapatos y ya no hay mediasuela que la reponga.

En mi nuevo retiro estuve pergeñando ensayos acerca de la muerte pero me los prohibió el cardiólogo porque eso me podría afectar ‘el mango’, que es sensible. He suspendido entonces tratar el tema. Pero encuentro un versículo de mis mocedades que no me abstengo de citar: “Cuando el pájaro carpintero de la muerte venga por mí, mis alas de madera estarán abiertas”.

Miembro fundador del movimiento nadaísta. Ganador de tres premios nacionales de poesía y uno internacional. Fue Secretario de Cultura de Cundinamarca. Recibió la medalla del Congreso en el grado de Comendador. Es columnista de El Tiempo desde 1990 y de El País desde 1998.

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