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De poemas y nostalgias

Sólo el poeta se da cuenta de lo que cuenta, que es poner a funcionar cada célula del cuerpo al servicio de los tejidos del alma.

14 de noviembre de 2022 Por: Jotamario Arbeláez

No pude hacer otra cosa en este taller planetario que hacerme el poeta, con tan feliz estrella, que resulté. Así en ocasiones colegas críticos porfiaran por retirarme el sello indeleble. Es tan fácil decir que no es buen poeta el vecino que hasta el que lo inventa lo cree. Los poetas malos no existen, simplemente no son. Ridículo esforzarse por ser buen poeta. Con llegar tan solo a poeta basta. Incluso a poeta menor, como el cantado por Borges en A un poeta menor de la antología, como pasamos a ser todos los carentes de la fibra de Virgilio o Blake o Pessoa: “Eres una palabra en un índice... Contigo fueron más piadosos (los dioses), hermano. En el éxtasis de un atardecer que no será una noche, oyes la voz del ruiseñor de Teócrito”. La estoy oyendo. Y son las 2 de la tarde. Y no tengo agenda para mañana.

Tanto escribir durante la ronda de la existencia que nos da gratis la tierra para echarle un vistazo y decirle adiós, tanto leer los libros que complementan los paisajes del mundo y el ocurrir de los sucesos humanos, tanto dar besos al amor en la cara para terminar cerrados los ojos. Sólo el poeta se da cuenta de lo que cuenta, que es poner a funcionar cada célula del cuerpo al servicio de los tejidos del alma.

El poeta escribe el poema y el poema inscribe al poeta en el registro de quienes dan testimonio de lo pasado pasando. Y de lo que pasará con los soles que se avecinan. Con las lunas luneras. Las estrellas errantes. Canta el amor el poeta y el amor alfombra la vida apacentando las almas. La capacidad amatoria es inagotable y aunque en el amor también hay batallas es el conducto de la felicidad más confiable.

Hundí mis dedos día por día en teclas sumisas, de la máquina de escribir portátil a la mecánica con su tableteo melodioso, de la eléctrica, del procesador de palabras, de la electrónica, siempre buscando el poema que fuera el reporte del mundo. El poema fue siempre el orgullo de la palabra. La herencia del verbo luego de la creación del mundo visible.
Ahora que, en mi región, Univalle ha hecho la publicación de mi poesía completa, Mi reino por este mundo, que va para reedición en el FCE, miro con ternura mi primer libraco, ese que se despastaba con solo abrirlo, y analizo que he ido viviendo del eco de poemas como El profeta en su casa, que da título al libro y Los inadaptados no te olvidamos Marilyn, escritos hace casi 60 años. Pero como la poesía difícilmente factura, pasé a hundir mis dedos en las teclas publicitarias y periodísticas. Pues con el mismo garbo con que se escribe un verso o un cuento se cranea un eslogan o una columna.

Hoy cómo anhelo llegar con mis poemas de la época a mis barrios San Nicolás y Jesús Obrero. Para que vieran hasta dónde llegó este camaján que en El Danubio Azul tiraba paso con las obreras de La Garantía. Y les deslizaba versos por el oído, que solían tener buen recibo.
Más de 50 años destetado de la Sucursal del Cielo no dan sino para la nostalgia. De los vientos que levantaban las faldas de las muchachas por las tardes en la Avenida Colombia, mientras uno paliqueaba con Pardo Llada en la puerta del Hotel Alférez Real. O de los canastos del Granada, cuando uno se aventuraba a salirles adelante a los reclutas del batallón Pichincha que las mantenían acaparadas. O de las tardes aire acondicionadas en la Librería Nacional, donde entre damas encopetadas uno se tomaba la libertad de leerse Los caminos de la libertad o La náusea. O de las tenidas en el Café Colombia con profesionales del derecho y la arquitectura que eran anfitriones inagotables, como Carlos Donneys, Marco Fidel Chávez y Armando Holguín.

Menos mal que a más de mi familia me quedan amigos de vieja data como Armando Barona Mesa, como Aura Lucía Mera, como Gabriel Ruiz Arbeláez, como Adolfo Vera Delgado, como Pedro Alcántara Herrán, como Édgar Collazos y Malatesta, y de nueva data como Leonardo Medina y Ángel Spiwak, que me hacen sentir como un rey cuando los
visito.

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