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Las burocracias

Las burocracias inhiben el desarrollo apropiado. En ocasiones no lo hacen a propósito pero, en todo caso, el resultado podría ser mejor.

3 de febrero de 2019 Por: Gustavo Moreno Montalvo

Las burocracias inhiben el desarrollo apropiado. En ocasiones no lo hacen a propósito pero, en todo caso, el resultado podría ser mejor. Las instituciones públicas y privadas en general no están a la altura de los retos que les corresponden: el mundo hoy cambia rápido y quienes asignan recursos entre usos diversos tienen inclinación a defender procesos arcaicos, establecidos cuando el contexto era diferente.

La construcción de poderosas burocracias ha aumentado en forma dramática desde la posguerra, cuando se crearon las entidades multilaterales hoy vigentes: Naciones Unidas, Corte Internacional de Justicia, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas, que se convirtió en Organización Mundial de Comercio. El ingreso per cápita ha aumentado en forma sostenida en el mundo desde entonces, pero la participación de lo público ha aumentado en forma considerable, al igual que la del capital internacional. Además, en las últimas cuatro décadas la distribución del ingreso en los países desarrollados se ha deteriorado en forma perceptible, y las burocracias han perdido eficacia.

Se dice que hay crisis de valores, pero el asunto admite perspectiva diferente: el conjunto de procesos que constituyen las instituciones no ha evolucionado de manera acorde con la sociedad a cuyo ordenamiento deben contribuir. Incluso pueden, como en el caso de Colombia, impulsar precisamente lo contrario de lo que es su propósito central. Las burocracias humanas quedan atrapadas en situaciones que no entienden, dedicadas a seguir procedimientos sin propósitos, y en ámbitos rígidos, inadecuados para un planeta donde todo cambia todo el tiempo; instituciones informales, como las redes de usuarios de herramientas cibernéticas, asumen el papel de canales de atención a necesidades básicas, y las formales terminan distanciadas de los supuestos destinatarios de sus servicios.

En Colombia, las instituciones públicas son pésimas. El legislador se forma mediante procesos que aseguran la brecha entre lo requerido y el resultado. Los procesos para formar la Justicia en general, y en particular las altas cortes, impiden que haya pronunciamientos serios y rápidos. Los políticos profesionales, en general, no asumen responsabilidad por los resultados de la administración de turno. Los departamentos son inocuos, excepto para los propósitos clientelistas de los gobernadores de turno.

Así, Dilian Francisca Toro tiene poder en varios municipios a través de los respectivos alcaldes, con resultados funestos en Buenaventura, pero la confusión permite elogiar su dinamismo sin aplicar criterios serios para la evaluación. Las transformaciones que la región requiere para aprovechar el potencial de su población e impulsarla a la prosperidad implican consistencia en el tiempo, flexibilidad para ajustarse de manera ordenada, revisión sistemática e indicadores apropiados.

Nada de eso está claro en la comarca. Las encuestas de opinión, fundadas en información liviana y desordenada, son lo determinante. No hay visión de largo plazo compartida por la población, fruto de proceso de deliberación eficaz. ¿Por qué no revisar las instituciones?

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