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Conversando y matando

Que el gobierno haya decidido por todos los colombianos dialogar con la...

30 de marzo de 2014 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Que el gobierno haya decidido por todos los colombianos dialogar con la guerrilla en medio de una lluvia de plomo es el precio que pagamos por la democracia. Juan Manuel Santos, gústenos o no, es el presidente. Y como tal le asiste el derecho a tomar ese tipo de decisiones. La autorización la recibió en las urnas y la única forma de revocársela es ahí mismo, el 25 de mayo, cédula en mano. Es la manera válida. A menos, claro, que haya triunfado ya aquí la revolución socialista de icopor del Siglo XXI y no nos hubiéramos dado cuenta.Tiene Santos la prerrogativa de dialogar disparando, pero entender (o medianamente digerir) esa determinación no riñe con que la gente pueda opinar sobre lo que está pasando en Cuba. Corrección: sobre lo que se sospecha que está pasando en Cuba, esa isla de libertades castradas donde moldean nuestro próspero futuro. Y es que, aparte de brindarles un espacio relajante a algunos negociadores que en sus ratos libres narcotrafican y extorsionan, pensar que Cuba sea el caldero adecuado para cocer a la nueva Colombia tiene la misma lógica de sugerir una bacinilla para preparar las comidas. Pero eso es otro asunto.Es el derecho ciudadano a cuestionar el que vale la pena subrayar, y se ha hecho sentir con fuerza en redes sociales durante las últimas semanas, específicamente sobre un hecho particular: los asesinatos de miembros de la Fuerza Pública. Una cosa es la muerte en combate de uniformados, que no se justifica pero se acepta con lánguida resignación, y otra muy diferente masacrarlos en estado de indefensión.Al argumento de que esos son “incidentes” naturales en atención a lo ya expuesto (diálogo sin cese al fuego), habría que aplicarle, como en la publicidad, protuberantes restricciones. Todas ellas ancladas en los más elementales principios de la vida en sociedad. Explicar, por ejemplo, vía comunicado, que el suplicio se eligió como el camino más adecuado para evitar ruidos delatores es de un cinismo canalla. Stalin, que ejecutó no menos de tres millones de personas sin temblorcitos de mano, habría redactado un comunicado menos vergonzoso. O, por lo menos, habría fusilado al autor de tan ofensiva gaceta.La muerte de los dos policías, más otros asesinatos de uniformados en los últimos días, como bien lo planteó Luz María Sierra en Hora 20, no obedece a situaciones ligadas con el azar: son producto de lo que parece ser una nueva estrategia de las Farc (confirmada por el renacimiento de ataques a poblaciones como Toribío). Los expertos ofrecerán racimos de explicaciones y casi todas confluirán en los terrenos del fortalecimiento de posiciones en Cuba. El colombiano de a pie, sin embargo, no puede evitar tener preocupaciones más terrenales, como la de no confiar en que un acuerdo final cambie la fibra interna de las personas.Inquietudes que, planteadas con sinceridad, gradúan de “enemigo” del proceso de paz a quien las ponga sobre la mesa, como si la culpa de que los procesos tambaleen fuera de las víctimas y no de los victimarios. Después de varias décadas matando inocentes, las Farc podrían estar ahora preparándose para hacer lo propio con el proceso. Ultimátum: insiste Gustavo Petro, ahora animando una constituyente, en diseñar un Estado a la medida precisa de sus ambiciones. Un Estado de sastre. Un Estado desastre.@gusgomez1701