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‘Chuzo’

Intimidad. No existe tal cosa. Sentados estamos en la estupidez artificial, esperando la llegada de la inteligencia artificial.

16 de septiembre de 2018 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Intimidad. No existe tal cosa. Sentados estamos en la estupidez artificial, esperando la llegada de la inteligencia artificial.

El mundo ya no es un pañuelo. Es menos: un pañuelo es del tamaño de ocho teléfonos, y en cada teléfono cabe el planeta entero y lo que sabemos del Universo. Nadie usa pañuelo (porque resulta antiestético el lavado de telas con secreciones), pero más repugnante es lo que se hace con los aparatos que con los pañuelos.

Los teléfonos son como los clínex que reemplazaron a los pañuelos: desechables. Apple fabrica cosas que se sienten de mejor familia que sus usuarios y acorta los ciclos de distribución de modelos. Si Apple se llamara Manzana, y operara en Bucaramanga y no en Cupertino, presentaría al mercado un nuevo iPhone cada festivo Emiliani.

Los teléfonos son la palanca que mueve al mundo sobre un punto de apoyo: nuestra dependencia. Nadie podría legislar con eficacia sobre la dosis mínima de teléfono que consumimos.

Los teléfonos se hicieron para acercar a la gente, pero son el instrumento número uno en la tarea de separarnos. Y de evidenciar las debilidades emocionales del animal que no vuela, ni respira bajo el agua, ni corre más rápido que sus presas. El animal que solo tiene una ventaja sobre otras especies: puede desplazarse sin mirar por dónde camina. Solo chatea.

Esa obsesión por chatear, por retratarlo todo y por hablar a través de circuitos integrados sella la desgracia de la humanidad.

Hace menos años de lo que se cree, la única manera de violar la privacidad era con sofisticados sistemas cuyos costos solo podían sufragar los dineros estatales o los grandes capitales privados. No hay ahora secreto libre de ser vulnerado. Por sumas ridículas se puede develar la infidelidad de la pareja, los prejuicios de los poderosos, las actividades de la autoridad o las decisiones de los competidores.

Se hizo famoso hace unos años la frase “‘chuzo’ para los corruptos” del parlamentario Javier Cáceres, descrito por Ramiro Bejarano como un don nadie que terminó siendo fogoso acusador en debates tan importantes como el de Dragacol. “Y, para asombro de quienes sí lo conocían”, anotaba Bejarano, “se convirtió en el adalid de la moral pública”. A nueve años lo condenaría la Corte Suprema por sus vínculos paramilitares. Cumplió su pena y, sin pena alguna, lo representa en la política su hija Luz Stella, otro de esos receptáculos de cuerpos ajenos que pululan en estos predios.

En aquel entonces (cuando en Filipinas el asno de Rodrigo Duterte era también congresista), ya parecía muy natural que se sugiriera apuñalar a los corruptos.

El ‘chuzo’, entendido como introducción de un cuerpo extraño en las carnes, terminó significando también la interceptación de comunicaciones. La autoridad siempre ha podido, con el cumplimiento de protocolos legales, ‘chuzar’ a los corruptos, pero hoy cualquiera puede ‘chuzar’ a corruptos y honestos.

El progreso es una carrera alocada hacia el futuro, en la que, con tal de llegar a una meta que parece moverse más rápido que el atleta, vale aplastarlo todo. Pasos mortales en los que algunos congresistas se pisan las barbas.

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Ultimátum. Carrasquilla, según el Diccionario de la Lengua Española, es un arbusto de flores sin pétalos. Lo sabe cualquiera sin necesidad de consultar diccionarios.
Borrero sigue con la agenda ministerial ‘trabada’ y el grueso Botero amenaza con un estallido… social. Gabinete al garete.

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