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Soplan vientos

En días pasados el representante del Centro Democrático, Gabriel Vallejo, en medio de un debate televisivo advirtió que si el Congreso no sacaba adelante las objeciones del presidente Duque a la JEP...

5 de abril de 2019 Por: Gustavo Duncan

En días pasados el representante del Centro Democrático, Gabriel Vallejo, en medio de un debate televisivo advirtió que si el Congreso no sacaba adelante las objeciones del presidente Duque a la JEP, el uribismo optaría por “estudiar mecanismos de reforma constitucional” para defender los cambios en los acuerdos. A reglón seguido, luego de las réplicas de la presentadora María Jimena Duzán y de la representante Robledo, soltó al aire la posibilidad de un referendo para realizar una reforma constitucional. Incluso, no descartó una constituyente.

La ventilación de semejante intención, que hasta ahora no ha sido desmentida por el presidente Duque ni por Uribe, el jefe real de la bancada de gobierno, muestra que el Centro Democrático no está conforme con solo haber ganado la presidencia. La apuesta es más alta y se trata de implementar cambios institucionales apelando a las urnas, lo que conlleva enormes riesgos en términos del ambiente de polarización
y de crispación que experimenta el país.

El resultado puede ser nefasto si los ánimos de los sectores extremistas no son atemperados. Apelar a un referendo en sí no es negativo para el desempeño de una democracia. Se trata de entregar a la voluntad popular decisiones que son trascendentales para el futuro de la nación.

El problema es cuando se abusa como mecanismo para pasar por encima de las instituciones establecidas, de modo que a través de la movilización de la opinión y la mecánica electoral se imponen cambios en el estado a favor de un sector y dejan a la contraparte agraviada con ánimos de revancha.

Es así que el ambiente de confrontación y de movilización política permanente, más allá del calendario electoral establecido, no solo va a ser ideal para los halcones del uribismo sino para los extremistas del otro lado. Si hay un escenario ideal para los Petros, Cepedas y demás radicales de izquierda es el de la campaña permanente. Allí, al igual que el uribismo, encuentran una tribuna desde donde el país los escucha y, lo que es mejor para su proyección, un contrincante político que encarna las emociones de rechazo más intensas de sus seguidores.

Este es el escenario que menos le conviene al país en estos momentos. Mal que bien casi todos los jefes de las Farc, así estén en el congreso, están desmovilizados y sin la menor posibilidad de rearmar una guerrilla como tal con intenciones de tomarse el poder. Lo prioritario ahora es pasar a página de las Farc y centrarse en resolver problemas estructurales como el crecimiento económico, la corrupción, la provisión de servicios sociales, la ilegalidad, la informalidad, el deterioro ambiental, los cultivos de coca, etc., con las herramientas institucionales existentes.

Es más, gran parte de los votos de centro que eligieron a Duque tenían como propósito que se dedicara a eso. Había conciencia que era un candidato sin peso político propio, que debía su viabilidad electoral a Uribe, pero a fin de cuentas era el moderado de su partido. Se esperaba que diera vuelta de hoja a la polarización y diera el paso definitivo a una situación de postconflicto.

No ha sido así. Su poco peso político le ha impedido neutralizar las aspiraciones de la línea dura del uribismo y, con los vientos que soplan, puede terminar comprometiendo su gobierno a la agenda de su partido a costa del capital político necesario en resolver los problemas apremiantes del país.

Sigue en Twitter @gusduncan