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Sentido de responsabilidad

En sus estudios sobre el político profesional en las nacientes democracias occidentales, Weber llamó la atención sobre una de las cualidades que debe poseer en el manejo de los asuntos públicos: el sentido de responsabilidad.

28 de febrero de 2020 Por: Gustavo Duncan

En sus estudios sobre el político profesional en las nacientes democracias occidentales, Weber llamó la atención sobre una de las cualidades que debe poseer en el manejo de los asuntos públicos: el sentido de responsabilidad. El político debe saber poner límites a sus pasiones y convicciones ideológicas para ajustarse a la medida de lo posible y lo conveniente en las consecuencias de sus decisiones dadas las circunstancias de la sociedad.

Durante su campaña a la alcaldía de Bogotá Claudia López dio rienda suelta a sus pasiones políticas. Tuvo grandes problemas para evitar que sus emociones la llevaran a saturar a los votantes y se decidieran por un candidato menos atemperado. El discurso incendiario es útil para apasionar a los seguidores radicales, pero puede causar preocupación entre sectores moderados que desconfían de un líder que pueda llevar al gobierno a situaciones conflictivas e intransigentes.

Por eso, el temor era que López en la alcaldía continuara con el mismo lenguaje de la campaña. Sin embargo, muy rápidamente, incluso desde antes de su posesión, dio un giro en su forma de hacer política. Ante todo, comprendió que su cargo como alcaldesa exige un enorme sentido de responsabilidad y que las decisiones, al margen de qué tanto se ajusten a sus convicciones ideológicas, hay que tomarlas en la justa medida de sus posibles efectos y riesgos.

Quizá no haya un tema en que se note tanto este sentido de la responsabilidad como el de su postura frente a las marchas y la protesta universitaria. López fue elegida desde coaliciones políticas de izquierda, con enormes simpatías hacia estos movimientos. Se presumía que una de las bases para legitimar su mandato iba a ser el respaldo incondicionado hacia ellos.

Ya a finales del año pasado marcó distancias al hablar con el presidente Duque sobre las marchas. Dijo que sentía que había sentimientos legítimos en la protesta, la apoyaba, pero fue enfática en que ni la dirigía ni aspiraba a apropiarse de ella.

La semana pasada dio un paso más contundente. En una sesión del consejo superior de la Universidad Distrital le reclamó a un líder estudiantil por su silencio ante la presencia de encapuchados en la marcha y sus actos vandálicos. La contundencia de su reclamo fue, además, brutal. En un video mostró cómo los encapuchados lanzaban ladrillos y piedras desde la azotea de un edificio, lo que contradecía la versión de la red de derechos humanos de la universidad que sostenía que hubo una agresión unilateral del Esmad.

López dejó en evidencia una situación sistemática en muchas organizaciones defensoras de derechos humanos: su silencio ante la violencia y las agresiones cometidas por determinados sectores políticamente afines. ¡De hecho, en una entrevista en la WRadio, al día siguiente del reclamo, los líderes estudiantiles fueron reacios a condenar a los encapuchados, justificaron sus actos en las injusticias estructurales de la sociedad colombiana!

Para López este tipo de condenas constituyen un riesgo político enorme. Significa que puede perder el respaldo de sectores de izquierda que eventualmente podrían ver en su discurso una traición a las ideas con que la apoyaron. De allí que es tan valioso que apele al sentido de responsabilidad por encima de las conveniencias políticas. Un gobernante responsable no puede ser ambiguo con la justificación de la protesta violenta.

Sigue en Twitter @gusduncan