El paro y la pandemia

Las muertes reportadas diarias sobrepasaban por mucho las de las dos olas anteriores (el 28 de abril, el día que comenzó el paro, oscilaban alrededor de 450 muertos).

GoogleSiga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

25 de jun de 2021, 11:55 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 07:06 a. m.

Hace un año, cuando apenas el país se asomaba al primer pico de la pandemia, la sociedad colombiana se comprometió a realizar un rígido proceso de confinamiento. Vinieron los picos y cédulas, el uso extendido del tapabocas, las cuarentenas totales de varios días y medidas tan absurdas como el lavado de la suela de los zapatos y la toma de temperatura en las entradas a cualquier lugar. Mucha gente se pasó por la faja las medidas adoptadas, pero en general la sociedad comprendió que era un sacrificio necesario para sobrevivir al Covid-19.

La primera y la segunda ola pasaron y en resultados comparados a nivel internacional al país no le fue tan mal. En Estados Unidos, Inglaterra y otros países europeos las muertes por millón de habitantes estaban muy por encima. Entonces la sociedad se relajó un poco, la gente comenzó a salir y a interactuar en situaciones donde el riesgo de contagio se incrementaba sustancialmente. Había mucho de agotamiento por el encierro, expectativas por las llegadas de las vacunas y la creciente convicción de que había que aprender a convivir con la pandemia porque era una situación que iba para largo rato.

La relajación se sintió inmediatamente. El ambiente era el de la vida de siempre pero con mucha gente con tapabocas. La gente quería volver a vivir como antes. Los gobernantes cedieron un poco, dejaron que se relajaran numerosas medidas restrictivas. No obstante, hubo un sentimiento que no supieron interpretar ellos ni la clase dirigente. Una cosa era el ansia que había por recuperar la vida social que se perdió con el Covid-19 y otra cosa era la desesperación por el sacrificio económico que impusieron las medidas restrictivas. Las estadísticas del Dane muestran que la pandemia había generado 3,6 millones de nuevos pobres y de 35,7% subió a 45,2% la pobreza monetaria. Eso sin mencionar los datos del hambre, de gente que no come tres veces al día.

La gente salió a las calles a protestar masivamente pese a que ya la tercera ola de la pandemia había comenzado. Las muertes reportadas diarias sobrepasaban por mucho las de las dos olas anteriores (el 28 de abril, el día que comenzó el paro, oscilaban alrededor de 450 muertos). Eso no importó, la ansiedad y la desesperación eran más grandes que el miedo a la enfermedad.

El paro fue la expresión del malestar social y fue dirigido contra la dirigencia política, las élites económicas y el establecimiento en general.
Se interpretó como la necesidad de un cambio político y de un compromiso con la redistribución de la riqueza. La mayoría de la sociedad lo apoyó bajo ese sentido, al igual que lo expresaban el grueso de las consignas de quienes salieron a marchar. Sin embargo, estas premisas políticas ocultaron el otro sentido que tuvo el paro: fue la expresión de la sociedad que el sacrificio impuesto por la pandemia era insostenible. La gente tenía hambre y reclamaba las oportunidades que disponían antes de la pandemia, al menos había más trabajo y posibilidad de estudiar, y también ansiaba un espacio y un motivo para poder socializar.

Los gobernantes captaron el mensaje que ciertos sacrificios eran insostenibles y dejaron atrás la mayoría de restricciones. Sobre todo, dejaron que la economía volviera a andar. La gente hoy está dispuesta a asumir con fatalismo el virus, probablemente se lleguen a reportes de mil muertes diarias, con tal de vivir como antes.
Sigue en Twitter @gusduncan

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store