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Cultura mafiosa

Como siempre que las evidencias dejan al descubierto comportamientos tendientes a violar las reglas y a aprovecharse de la confianza de los otros, el debate nacional se vuelca sobre la cultura mafiosa de los colombianos.

22 de junio de 2018 Por: Gustavo Duncan

Los videos de colombianos haciendo gala de comportamientos indeseables en el Mundial de Rusia se hicieron virales en el país. La ola de indignación que se ha despertado entre la ciudadanía llevó incluso a que la compañía donde trabajaba uno de los protagonistas de los videos tomara medidas en el asunto y lo despidiera. Otro hincha tuvo que ofrecer disculpas públicas por ridiculizar a una despistada japonesa.

Como siempre que las evidencias dejan al descubierto comportamientos tendientes a violar las reglas y a aprovecharse de la confianza de los otros, el debate nacional se vuelca sobre la cultura mafiosa de los colombianos. Es una oportunidad para que la ciudadanía se dé golpes de pecho por nuestras conductas y, de paso, para encontrar una explicación facilista de por qué fenómenos como la corrupción o el narcotráfico están tan difundidos en el país.

Sin duda, la cultura explica muchos comportamientos y sus efectos en determinados fenómenos indeseables. Sin embargo, no todos estos comportamientos están asociados al desarrollo de la corrupción o el narcotráfico y no todo es cultura mafiosa. Argentinos y mexicanos también protagonizaron videos virales en que se burlaban de gentes de otras nacionalidades e ingresaban licor en los estadios. Unos tienen mafias otros no.

Ni qué decir de la cultura de Hooligans de los ingleses y los rusos. ¿La violencia excesiva y sin sentido de los hinchas no debería ser acaso una expresión de la cultura de determinadas sociedades que deberían estar asociadas al desarrollo de mafias? ¿Por qué entonces los ingleses no tienen mafias de mayor incidencia y los rusos sí? Más aún, la mafia rusa nació en las prisiones de Stalin, mucho antes que los Hooligans.

La cultura mafiosa hace alusión, en realidad, a prácticas mucho más complejas y transgresoras que la de simple evasión de normas y convenciones cotidianas. Una cultura del uso privado de la violencia para producir riqueza y para regular transacciones sociales va mucho más allá de eso. Implica la habituación de formas de control y obediencia de amplios sectores de la población a organizaciones criminales, del mismo modo que la obtención de beneficios materiales por aceptar estas formas de control. Nada qué ver con las desafortunadas salidas en video de los hinchas colombianos en Rusia que aluden, más bien, a la cultura del avivato que abunda en Colombia.

Del mismo modo, la cultura de la corrupción es algo muy distinto a la cultura del avivato. Muy seguramente Gina Parodi y Cecilia Álvarez sean muy respetuosas de las señales de tránsito y políticamente correctas en sus hábitos cotidianos, pero cuando se trata de firmar contratos llenos de incompatibilidades éticas no tienen las menores restricciones morales. Igual sucede con amplios sectores de la elite dirigente colombiana. ¿Acaso se puede explicar que hayan archivado tan olímpicamente el proceso de Gina y Cecilia si no existieran redes de colusión entre quienes ocupan los altos cargos del país?

Es un problema, con sus aspectos culturales, que requiere de soluciones muy distintas a las de las expresiones de la cultura del avivato. Por ejemplo, que la indignación por el comportamiento de Gina y Cecilia fuera proporcional a la del comportamiento de los hinchas en Rusia. Si fuera así el país estaría, al menos, en camino de crear una barrera de control social a la cultura mafiosa y de corrupción política.

Sigue en Twitter @gusduncan