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Columnistas
Golpe de realidad
A él, el mesías, el salvador del planeta, la personificación de la verdad, no le podía estar sucediendo eso
Los astros se alinearon para que el Presidente de Colombia hiciese una intervención de antología en la 78ª Asamblea General de Naciones Unidas que se realiza en septiembre de cada año en Nueva York y a la que suelen concurrir los Jefes de Estado. Gustavo Petro estaba cuarto en el orden del día, en el marco de la instalación, luego del Secretario General de la ONU y del Presidente de la Asamblea, del presidente de Brasil y del de Estados Unidos. Lleno total.
Pero ocurrió lo inesperado; cuando el Mandatario fue llamado al imponente y simbólico atril verde del recinto para dirigirse a la Asamblea, el auditorio prácticamente se había desocupado y los pocos que quedaban se encontraban conversando de pie en el sitio asignado a su delegación o en los pasillos y algunos dando la espalda, sin percatarse que el excelentísimo Presidente de Colombia estaba listo a iniciar su histórica intervención.
En ese momento se aprecia la cara de molestia de Gustavo Petro. No podía ser distinto: le resultaba incomprensible e inaceptable que el auditorio no estuviese lleno hasta las banderas pendiente de él, dispuesto a escucharlo. A él, el mesías, el salvador del planeta, la personificación de la verdad, no le podía estar sucediendo eso. Seguro pensó era un complot de la oposición, de los medios y de los empresarios esclavistas renuentes al cambio.
Sumó a la cara de disgusto un gesto de reclamo al Presidente de la Asamblea, quien tras golpear el mazo una y dos veces para pedir orden, atinó a decirle al Mandatario “esto es extraordinario”. Sí, tenía razón, a los presidentes, por más insignificante que sea el país que representan, suelen, al menos por cortesía, escucharlos. En el caso de Gustavo Petro y pese a estar en un momento privilegiado de la agenda inaugural, nadie le paró bolas.
Se pregunta uno, por qué. La respuesta es más sencilla de lo que parece: le perdieron el respeto. Bastó un año de gobierno, de desplantes internacionales, peleas innecesarias y pronunciamientos fuera de lugar, para que la comunidad global lo bajara del pedestal. Pasó de ser el primer presidente de izquierda en Colombia, con la expectativa que ello generaba, a un demagogo mesiánico y perdido, con el que hay que tratar, y nada más.
Contribuyó al aterrizaje, el discurso rayado sobre la extinción de la especie humana, cuando la mayoría de los países en medio de sus realidades, avanzan en la mitigación y adaptación al cambio climático y una diversificación energética aplomada, sin apelar a un tal virus intergaláctico que corteja las estrellas, ni poner en riesgo la vida de quienes hoy viven, o destruir intencionalmente sus países por dentro como ocurre en Colombia.
Pareciera a veces que el Presidente habita realidades paralelas, la que ronda su mente -y de odios viscerales- y la que sucede en el día a día en el mundo y en el país que gobierna, y que se refleja en el video manipulado que puso a circular luego de la intervención con imágenes de un auditorio a reventar y una efusiva ovación tras un discurso, que no correspondían al suyo sino al de Joe Biden; una patología entre engañosa y bipolar.
El respeto no se exige, se merece; cosa distinta son las buenas maneras. Gustavo Petro perdió el respeto de la comunidad internacional como lo ha ido perdiendo en Colombia. Lo complejo del asunto es que él no pareciera darse cuenta o si se da, lo disimula bien. No creo recordar a un presidente de Colombia, con excepción quizá de Ernesto Samper, que pasara tan inadvertido en una Asamblea General de Naciones Unidas. Si fuesen solo él y su remedo de gobierno los intrascendentes, vaya y venga, pero opaca a Colombia.