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El día sin carro ni moto

Con la medida se afectaron directamente unos 500.000 hogares, que conforman mucho más del 50% de la población. Esos hogares generan el grueso de la actividad económica de la ciudad.

29 de noviembre de 2022 Por: Emilio Sardi

Incapaz de emular lo bueno de otras ciudades, Cali prefiere copiar lo malo, y el gobierno municipal volvió a imponerles a los caleños otro día sin carros ni motos o como también se le conoce, otro día del taxi. Es difícil quitarles algo a los habitantes de una ciudad que ha perdido tanto en estos últimos años, pero lo lograron: por segunda vez en dos meses les arrebataron a los caleños el derecho a movilizarse libremente.

Según noticias de la prensa, ese día se paralizaron más de 700.000 vehículos, privando a sus dueños del derecho de usufructuar su propiedad e interfiriendo con sus derechos a transportarse, a trabajar y, en general, a atender sus necesidades más básicas. Con la medida se afectaron directamente unos 500.000 hogares, que conforman mucho más del 50% de la población.

Esos hogares generan el grueso de la actividad económica de la ciudad. Son los que sostienen a Emcali pagando tarifas desmedidas, aportan la mayoría de los ingresos del municipio, generan trabajo y mueven la economía local. Esos hogares han adquirido sus vehículos por necesidad, y los utilizan para transportar a sus hijos, para ir al trabajo, para trabajar, para ir al comercio. Al paralizarlos, se afecta sensiblemente la actividad económica y el bienestar de la ciudad. Y al paralizarlos, los miles de informales que se ganan la vida diariamente en las calles se ven privados de su sustento. ¡Todo para darle gusto al capricho de un puñado de fundamentalistas enemigos del transporte en vehículos automotores!

A pesar de absurda y torpe, esta medida causaría menos daño y podría alegar algún sustento si Cali dispusiera de un sistema de transporte masivo que pudiera transportar a sus habitantes eficientemente, pero este no es el caso. Fruto de la mala implementación de una pésima planeación, el MIO es un espejismo que difícilmente puede atender al 10% de la ciudadanía. Y por eso, los caleños deben movilizarse mediante el transporte informal o sus propios vehículos. Fue la circulación de estos vehículos, los particulares y los del transporte informal, la que quedó vedada por una torpe medida que además de cercenar el derecho de propiedad, interfirió con los derechos de los ciudadanos a transportarse y, en general, a desarrollar normalmente sus actividades.

Sin duda, movilizarse en Cali se ha tornado en toda una odisea. En una ciudad carente de unas normas de tránsito lógicas y de una autoridad respetable, el ciudadano se ve obligado a transportarse a través de unas vías devastadas, en las que pareciera que ya no cabe un hueco más. Pero esto no se soluciona con días sin carro ni con las recomendaciones de los autodenominados ‘expertos en movilidad’ que, en vez de propender por la educación de los conductores y la mejora de las vías y del estado de los vehículos, buscan eliminar los problemas sustituyendo los automotores por bicicletas.

Y mucho menos se va a arreglar con opiniones como la de algún militante de la franja más lunática de los fundamentalistas contra los automotores que manifestara su inconformidad con que en el día del carro se permitiera el trabajo en remoto, en vez de obligar a todos los ciudadanos a ir a sus lugares de trabajo a pie o en bicicleta, para que entendieran.
Con personajes como esos, líderes en la vanguardia del retroceso, una cosa es clara: la falta de sentido común puede ser incurable. Hay que evitar que se vuelva contagiosa.