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Armando Garrido

El elemento fundamental de la movilidad de Cali debiera ser un sistema de transporte masivo eficiente, que les prestara buen servicio a todos sus habitantes.

14 de marzo de 2017 Por: Emilio Sardi

El elemento fundamental de la movilidad de Cali debiera ser un sistema de transporte masivo eficiente, que les prestara buen servicio a todos sus habitantes. El MÍO, un lindo sueño convertido en pesadilla, es todo lo contrario. Pésimamente diseñado y peor implementado, dejó sectores enteros de la ciudad sin atender y les multiplicó el tiempo de transporte a la mayoría de quienes deben usarlo. Lejos de brindar mejor movilidad, se constituyó en la principal causa y mayor incentivo del transporte ilegal y del auge de las peligrosas motos.

Metrocali nació del matrimonio de un gobierno nacional rico y un municipio mendicante. Sus primeros años discurrieron durante las pésimas administraciones que precedieron a la de Rodrigo Guerrero, de las que es difícil decidir si era mayor su ineptitud o su corrupción. La unión de ellas con los prepotentes burócratas capitalinos no dio buenos frutos. Metrocali es un monumento al desgreño administrativo y a las malas decisiones. Licitaciones con sobres que aparecían después de su cierre, estaciones pagadas a empresas fantasmas, conciliaciones debatibles, entre otras perlas, han caracterizado su devenir.

A limpiar y ordenar esa ratonera llegó Armando Garrido. Encontró un gran desorden documental y debió solucionar entuertos ocultos por pactos internos de silencio. Revirtió la lectura acomodaticia de los contratos del MÍO que, utilizando conceptos jurídicos torticeros, legitimaba serios desmanes contra Metrocali. Con ello neutralizó, por ejemplo, el intento de entregarle al concesionario del recaudo más de $125 mil millones, sin reparar en sus múltiples incumplimientos contractuales, y la recompra de una concesión de patios con un sobreprecio del orden de $25 mil millones.

Enfrentó una desastrosa gestión predial y un proceso de diseño y de estructuración de los proyectos de infraestructura sin calidad, que venía produciendo sobrecostos de hasta 50%. Al hacerlo evitó el cierre precipitado de licitaciones por miles de millones que incorporaban enormes sobrecostos, errores en diseño y partidas sin justificar, así como que se readquirieran lotes por más de $49 mil millones a cuya reversión sin costo tenía derecho Metrocali.

Buscó expertos idóneos y con disposición de servicio en beneficio del interés público, que apoyaron los ajustes de gestión en la entidad, dejando implementadas herramientas eficaces para rectificar su derrotero y ahorrar por lo menos $1,8 billones del aporte de los caleños. Esto, mientras la iniciativa de un consultor de Planeación Nacional aupaba a los concesionarios a obtener $2,4 billones no justificados, que debía pagar el Municipio.

Con gran experiencia, capacidad, transparencia y unos pantalones bien puestos, Garrido no es manipulable. Es comprensible que su gestión haya resultado incómoda para muchos y, aunque lamentable, no es extraña su salida de Metrocali. Lo que no es aceptable es que, para justificarla, se busque envolver en una nube de suspicacias a una persona cuya pulcritud es absoluta. Y es peor que esto se haga en medio del silencio de los caleños. Por eso, quiero dejar constancia de que tengo plena confianza en Armando Garrido y en la calidad de su gestión frente a Metrocali. Yo no tendría duda alguna en entregarle a él las llaves de mi casa, mientras que me pondría muy nervioso el permitirles a algunos de los que hoy lo cuestionan que me cuidaran el carro en la calle.