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Fernando Cepeda Ulloa

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Eln, ¿por fin?

Tolerar o contemplar o condonar el secuestro de los demás ciudadanos que están por fuera de estos rangos de edades, no encuentra ninguna justificación ética de ninguna índole.

27 de enero de 2024 Por: Fernando Cepeda Ulloa

No hay para qué intentar recordar cuándo se hicieron las primeras conversaciones con el Eln con el buen propósito de lograr un acuerdo de paz. Es de público conocimiento que esa es una tarea casi imposible.

El acuerdo más significativo fue el que se logró durante la administración de Ernesto Samper que tuvo lugar en Alemania. En la negociación participaron muy distinguidos dirigentes de diversas corrientes y sectores, incluyendo obispos y sacerdotes. Ocurrió a finales de la Presidencia de Samper y el acuerdo se suscribió el 15 de julio de 1998, en Alemania. Propiciado por las conferencias episcopales de Alemania y Colombia. Ha transcurrido más de un cuarto de siglo. Y los temas parecen permanecer sobre la mesa de discusiones.

En esta declaración de 1998 hay unas líneas que conviene rememorar. Allí se dice que el Eln “Cesará en los sabotajes a los oleoductos que la organización reconoce ha venido realizando como único responsable”. Muy interesante. El Eln se ha colocado en una situación muy contradictoria que es la de buscar un cambio en la negociación relativa al petróleo y la minería, al mismo tiempo que se convirtió en uno de los principales contaminadores del medio ambiente en el mundo. Hoy estos dos temas van juntos.

Quiero subrayar lo que para mí fue un tema sustantivo en el acuerdo de 1998, que se frustró por una filtración, y que en su momento y después he criticado con toda consideración por los firmantes del mismo, porque aunque ellos lo plantearon como un progreso en la lucha contra el secuestro siempre me ha parecido que fue una condonación del mismo.

El texto que mereció muchas críticas es el número 10, la humanización de la guerra y dice así: “El Eln se compromete a suspender la retención o privación de la libertad de personas con propósitos financieros en la medida en que se resuelva por otros medios la suficiente disponibilidad de recursos para el Eln, siempre que mientras culmina el proceso de paz con esta organización no se incurra en el debilitamiento estratégico. También, a partir de hoy, cesa la retención de menores de edad y de mayores de 65 años y en ningún caso se privará de la libertad a mujeres embarazadas”.

Tolerar o contemplar o condonar el secuestro de los demás ciudadanos que están por fuera de estos rangos de edades, no encuentra ninguna justificación ética de ninguna índole. El acuerdo nunca tuvo vigencia y no sabemos cuántos colombianos y extranjeros fueron secuestrados durante este último cuarto de siglo. El texto muestra que ha sido un tema obsesivo del Eln. Es imperativo que ni siquiera temporalmente se acuerde ahora nada parecido a este texto.

Que el papa Francisco y la mencionada comunidad tengan la voluntad de involucrarse en esta negociación, a sabiendas de las dificultades que siempre han encontrado en el pasado, es una señal de generosidad muy grande y, también, un anuncio de que en esta ocasión el proceso negociador puede, preferiría decir debe, desembocar en un acuerdo aceptable.

La Iglesia Católica alemana ha jugado un papel y está bien, muy bien, que ahora esté dispuesta a contribuir a superar las dificultades que han obstaculizado el éxito en otras oportunidades. Lo mismo diría con respecto al Vaticano. Sobra decirlo con respecto a la Iglesia Católica en Colombia.

Por eso se puede hablar con algún sentido de esperanza fundada como en el título de esta nota: por fin hay una posibilidad cierta de qué el Eln llegue a un acuerdo.

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