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Armando Barona Mesa

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El demonio y lo malo

Duele que su hijo, quien ostenta su nombre y recibió sus enseñanzas probas y brillantes, se haya vuelto un truhan lleno de vicios, desorbitado, sin moral y listo a cualquier acción

9 de junio de 2023 Por: Armando Barona Mesa

Armando Benedetti Jimeno fue ministro de Comunicaciones de Ernesto Samper. Él transformó la televisión creando los canales privados que ampliaron el espectro y la industria y que hoy son vitales. Supo manejar ardientes debates en el Congreso; y en medio de un gran respeto, salió adelante en sus buenos propósitos. Luego renunció, y como aquel personaje romano Cincinato, volvió a su tierra costeña que añoraba, en medio de su sencillez habitual. Y allá está, viejo y respetable. Gran escritor por cierto, aún recuerdo su columna habitual en El Tiempo y algunos libros que escribió. Era, sin duda, un gran humanista y un inolvidable señor.

Duele. Sí, duele que su hijo, quien ostenta su nombre y recibió sus enseñanzas probas y brillantes con las que emprendió una carrera fácil y supo de la notoriedad solo con ese nombre -el de su padre, que ya era propio-, pasados unos años, se haya vuelto un truhan lleno de vicios, desorbitado, sin moral y listo a cualquier acción, por torcida que fuera, que le permitiera sobresalir como un varón del vicio y la maldad.

Ah, en verdad que ofende la sensibilidad de todos cuando el país oye aquellas grabaciones impúdicas y soeces, con el peor lenguaje del idioma -hoy son ya tan conocidas- con quien fuera su antigua secretaria en el Senado, Laura Sarabia.

Según esos dicterios, este Benedetti hijo ayudó en la campaña presidencial a su amigo Gustavo Petro y le consiguió quince mil millones de pesos, mal habidos. Dice él que lo hizo presidente y a Sarabia la elevó a la posición de jefe del gabinete, mientras a él, que aspiraba a la Cancillería o el Ministerio del Interior, solo lo nombraron embajador en Venezuela donde, según él, al restablecerse las relaciones quedó desocupado. Y furioso maltrató a la dama con las peores palabras, que extendió a su amigo Petro, a quien miraba como su igual y reclamaba sus derechos a conjugar su acción como si fuera la segunda persona del gobierno.

Ah y la amenaza de que si así lo querían -Petro y Sarabia-, irían a parar todos -incluido él- a la cárcel, cuando contara lo que había hecho para hacer presidente a quien era su amigo.

No, jamás se había oído ese lenguaje arropado con tal insania, que mostraba un descontrol total de su siquis, como si estuviera borracho pensé yo; pero iba más lejos: estaba borracho y drogado también. Además reconoció, sin muchos remilgos, que era adicto no solo al alcohol sino a la droga. Después habría de rectificar y de admitir su estado anterior de perturbación. Y además abandonaría el territorio nacional hacia Turquía para regresar a Italia, cuya nacionalidad conserva con la colombiana. Es decir, escapó y seguramente sus intenciones serán no volver jamás. Cree que su buena estrella habrá de evitarle los resultados negativos.

Podría agregarse con tales sucesos que, como lo admite casi todo el mundo, han puesto en calzas prietas al presidente Petro y muy probablemente a otros. Y hay que admitir que en ese peligro están y ellos lo saben. Pero todavía me asisten las enseñanzas del gran maestro en el estudio del testimonio humano, el francés Francois Gorphe quien afirmaba: “Con esa carita de engaño pueden intentar engañar a un juez... ¡Pero no se condene a nadie por lo que digan!”.

Es la pesadilla del hombre que anda entre las pesadillas, creando pesadillas. Eso gravita en todo este caso y duele, como lo dijimos antes. Pero donde más me duele, es en el recuerdo de aquel padre que enseñó todo lo bueno, pero el demonio solo mostró lo malo.

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