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El consumo de energía de la IA

Es evidente la importancia de la IA para el avance de la Humanidad. También se reconocen sus riesgos que deben gestionarse a tiempo: desde los impactos en los mercados laborales, o a la falta de empatía en decisiones o productos de la IA, hasta las preocupaciones sobre la seguridad en general.

7 de abril de 2024 Por: Claudia Blum

En una conferencia en la Universidad de Dartmouth en 1956, el científico John McCarthy habló por primera vez de Inteligencia Artificial (IA) cuando planteaba el desarrollo de máquinas que realizaran tareas dependientes de la inteligencia humana. Hoy la IA es una realidad que impacta en nuestra cotidianidad.

La IA revoluciona el funcionamiento de teléfonos inteligentes; el desarrollo de vehículos autónomos; ayuda a los médicos a diagnosticar enfermedades con más rapidez y acelera el desarrollo de nuevos tratamientos. Se utiliza en decisiones financieras, en dispositivos domésticos, en predicciones de condiciones climáticas calamitosas. La IA está transformando las empresas y la relación entre las personas y la tecnología. No se puede negar que la IA está ayudando a moldear nuestro futuro. Sin embargo, hay una dimensión poco mencionada cuando se aborda el tema de la IA: su impacto en el medio ambiente.

Desde hace algún tiempo soy lectora frecuente de The New Yorker, revista que trata temas de política, cultura y tecnología, y hace unos días encontré un artículo de Elizabeth Kolbert, que habla sobre las ‘obscenas demandas de la IA’. Allí, la escritora se pregunta: ¿Cómo puede el mundo alcanzar el cero neto de emisiones de carbono si sigue inventando nuevas formas de consumir energía? En 2023, estas emisiones llegaron a 37 mil millones de toneladas métricas, y si bien, la mayor parte de ellas vienen de tecnologías centenarias y de países como China, la tendencia podrá cambiar por el impacto de centros de datos y tecnologías de información.

En su escrito, Kolbert nos relata cómo en 2016 Álex de Vries, investigador de la Universidad Vrije de Ámsterdam y fundador de Digiconomist, leyó en un informe que una sola transacción de bitcoin consume tanta energía como la que usa un hogar estadounidense promedio en un día. De Vries se dedicó a investigar el asunto y encontró que la minería de bitcoins, con sus transacciones, billeteras digitales, dispositivos físicos y aplicaciones, consume 145 mil millones de kilovatios-hora de electricidad al año, más de lo que utiliza todo Países Bajos. Esa electricidad equivale a la generación de 81 millones de toneladas de CO2, más que las emisiones anuales de Marruecos. De Vries también estimó que el volumen de agua que se usa para enfriar los servidores utilizados en la minería de bitcoins, es de dos billones de litros por año. Son cifras inmensas.

Recientemente, de Vries empezó a preocuparse por la sostenibilidad ambiental de la IA. Sus estimaciones indican que, si Google integrara la IA generativa (la que permite crear texto, música, imágenes o videos) en cada una de sus búsquedas, esto significaría un aumento en el consumo de electricidad de alrededor de 29 mil millones de kilovatios-hora por año, cifra superior al consumo de Kenia o Guatemala. Estos hallazgos se suman a datos de organizaciones como la Agencia Internacional de Energía y la francesa Schneider Electric, o del propio presidente de OpenAI, sobre el alto consumo de energía de la IA del futuro.

Es evidente la importancia de la IA para el avance de la Humanidad. También se reconocen sus riesgos que deben gestionarse a tiempo: desde los impactos en los mercados laborales, o a la falta de empatía en decisiones o productos de la IA, hasta las preocupaciones sobre la seguridad en general. Pero más allá de esto, debe abordarse la sostenibilidad ambiental de esta poderosa tecnología.

Es necesario que exista información sobre el consumo de energía y agua, relacionado con los centros de datos y el consumo de sus servicios; que el hardware y los algoritmos de la IA sean eficientes en materia de energía, por ejemplo si los investigadores optimizan el aprendizaje de las ‘neuronas’ interconectadas de la IA, en una estructura de capas simulando el cerebro humano. Y será necesario que los legisladores trabajen con los científicos para impulsar leyes que establezcan incentivos para una IA sostenible, y para la generación limpia de la energía necesaria para el avance de una tecnología enigmática e intrigante que estará cada vez más presente en nuestro diario vivir.

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