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Matar como solución

Las muertes violentas se integraron al paisaje colombiano. Mandar a matar se convirtió en una alternativa rápida y barata para solucionar el más banal de los problemas.

15 de marzo de 2019 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Las muertes violentas se integraron al paisaje colombiano. Mandar a matar se convirtió en una alternativa rápida y barata para solucionar el más banal de los problemas. La oferta de sicarios y oficinas de cobro es abundante y cualquier pretexto encuentra la macabra solución: cobrar un seguro de vida, vengar una infidelidad, evitar el pago de una deuda, sancionar con la muerte a alguien por ser del Cali o del América, sacar un arrendatario, evitar la divulgación de un secreto, quitar un competidor del camino.

La lista sería interminable. La muerte que tanto nos impacta en las culturas orientales, en su interpretación de evolución del alma al punto que matan y se hacen matar por una convicción religiosa, es peor entre nosotros. Se convirtió en el mecanismo cobarde y generalizado de definir la mínima diferencia.

Por cuenta de las muertes violentas como la de Galán, muchos jóvenes valiosos tomaron la decisión de no participar en política; miles dejaron de ir a fútbol cambiando el panorama alegre de los estadios y el noble sentido del deporte. Otros no se atravesarían por el sector público por temor al costo de la honradez y el carácter.

Jueces, contadores, choferes y siga bajando en la escala laboral hasta llegar a humildes obreros que pagaron con su vida el haber construido con su sudor escondites para acaudalados narcotraficantes que los silenciaron para siempre.

La lista de muertos que nos han impactado, es larga. Uno de ellos fue el del sacerdote de Trujillo que torturaron con motosierra. La connotación de un cura y su cercanía con Dios, siempre ameritó respeto y temor.
Atreverse a enfrentar esos poderes atávicos del más allá con los que nos criamos, requieren de unas características de frialdad insospechadas.
Esta semana la noticia fue el crimen de una santera. Alguien convenció a un ‘embrujado’ que la solución para acabar con su desgracia, era matar a la bruja. Pidió cita, al abrir ella, le disparó y como estaba acompañada, también mató a su acompañante. Como las fuerzas del más allá funcionan, el homicida cayó rápidamente.

Falta más temor a Dios. Menos sicarios que recen y se den la bendición antes de quitar la vida a su prójimo. Más diálogo y formas civilizadas de arreglar los problemas. Y recordar que quien la hace la paga.