¿De la misma familia?

El anhelo de igualdad tiene dos caras. Una, absolutamente sanadora, donde todos deberíamos tener los mismos derechos, los mismos deberes, las mismas oportunidades. ¡Qué viva la igualdad! Pero la igualdad que ‘oscurece’ es la que pretende que debemos quedar atrapados en una uniformidad aplastante, no desentonar, ‘ser normales’, donde haya que encajar a toda costa, quedando prohibidas las diferencias, renunciando a la propia identidad, al propio criterio para ser parte del rebaño.

Entonces desaparecemos como individuos para convertirnos en masa… Y es tan fuerte el deseo de la similitud que exigimos que otros vean lo que yo veo. Pero no es posible… en especial con el tema familia. El asunto se está complicando de tal forma que pueda suceder que, por ejemplo, tres hermanos de padre y madre, con los mismos apellidos, hayan tenido tres padres y madres diferentes, aunque tengan el mismo nombre y pertenezcan a la misma descendencia. Explico: si eres el hijo mayor, tu experiencia con tus padres puede ser muy distinta a la del hijo que nació ocho años después ‘por accidente’, cuando no se esperaba. Los mismos padres en momentos tan diferentes, con actuaciones tan distintas, que cuando hablan de papá y mamá pueden tener recuerdos totalmente opuestos de las mismas personas. ‘Eran unos santos’, ‘eran unos manipuladores’. ‘Nunca tuvieron tiempo para sus hijos’, ‘vivían pendientes de nosotros’, dos versiones de la misma película.

Y el asunto se percibe con mucha claridad ahora que está de moda escribir memorias donde la familia, los cercanos, los que forman parte del entorno, se ven retratados de una manera inesperada, sorprendente. El rey Juan Carlos de España, por ejemplo, se está sacando “todos los clavos”, contando ‘su’ versión de familia, que no coincide con la de los otros, sorprendidos, que lo leen. Está produciendo un verdadero revuelo, como si nada importara: solo decir ‘su’ verdad y cobrarse la cuenta. También Isabel Preysler escandaliza a su parentela con su relato de vida: infidelidades, intereses, apariencias. Aquí en Colombia, Gustavo Álvarez también cuenta su biografía y, claro, la de los suyos, en una exitosa novela: ‘El Papagayo tocaba violín’. ¿Causa roncha?, está por verse. Escribir memorias no es asunto fácil, porque tocar e interpretar emociones colectivas es arriesgado: en definitiva es la propia versión frente a otras que no tienen que coincidir con la del autor.

Aún más, ahora que se dieron a conocer las impactantes cifras de los embarazos de niñas y adolescentes, es muy seguro que detrás de estos embarazos haya un abusador, posible miembro de familia, abuelo, tío, hermano, primo, cuñado, del que no se debe hablar para cuidar el ‘buen nombre’, la honra, a costa del silencio de la niña mujer que debe normalizar esa conducta en su propio cuerpo y en un hijo que ‘pagara’ las consecuencias del honor familiar. ‘Cuidar’ al abusador es una de las conductas más repetidas en muchas familias. Lo que legitimiza el abuso, perpetuándolo en muchas otras mujeres. Si la primera que lo vivió hubiera sido escuchada… Pero los secretos de familia son tan demoledores que puede que ni siquiera nos reconozcamos como parientes, así tengamos los mismos padres y el mismo apellido. Alimentados con la misma leche, nuestras vidas pueden ser muy diferentes porque la hermandad no iguala. Entonces, aquí también es necesario respetar la diversidad. El concepto familia necesita urgente una reingeniería… ¿Está dispuesto a enfrentarlo?