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Columnistas
Civismo y un pacto de honor
El peligro acecha; y así como ha pasado muchas veces, la proliferación de candidatos hace que se dividan los votos y que otro que no deja de ser minoría, termine triunfando por una mayoría relativa
Ha sido el actual un período de gobierno terrible, angustioso y de absoluta insatisfacción en Cali. Un alcalde que llegó y fue eliminando las licitaciones públicas para lograr truculentamente y por intermedias personas -así lo han mostrado los medios y varios documentos investigativos- a la adjudicación directa de contratos cuantiosos y al brinco de la garrocha sobre los elementos que garantizaban la honestidad. Empero, nada le ha sucedido a ese burgomaestre a pesar de su desafiante proceder. Y lo peor es que, a nuestro menor descuido, están listos y agazapados él y sus allegados, para dar un nuevo zarpazo en el próximo período, a pesar de la clara perspectiva que muestra con optimismo los deseos colectivos de regreso a la licitud. Lamentablemente la democracia es débil.
Claro que la ciudad ha adquirido su propia desconfianza, adecuada a la experiencia de estos sucesos malhadados que se han vivido. Y existen varios candidatos honestos, capaces y dispuestos a entregarlo todo por el bienestar colectivo. Alejandro Eder con una larga y clara trayectoria en el servicio público, Diana Rojas exconcejal agresiva contra la deshonestidad, Wilson Ruiz profesor universitario y exministro de Justicia, Tulio Gómez hombre cívico con clara visión altruista; y a su lado otro personaje, venido de abajo y luchador tenaz, Roberto Ortiz, al que con cariño todos llaman el Chontico. Ellos tienen cualidades que garantizarían un buen cuatrienio.
Pero, el peligro acecha; y así como ha pasado muchas veces, la proliferación de candidatos hace que se dividan los votos y que otro que no deja de ser minoría, termine triunfando por una mayoría relativa. De donde, sin ser clarividente, se aprecia la necesidad -que da la propia política- de llegar a un pacto de honor según el cual un grupo de candidatos con ideales comunes, convenga en acudir antes de los comicios a una consulta extra -que puede ser una encuesta- y que el que gane honorablemente, reciba el apoyo de los demás. Con ese apoyo lo más seguro es que gane. Y ganando él, ganan todos. La primera, la ciudad.
Sin ir más lejos, este sistema lo aplicó Petro y le permitió acceder a la Presidencia con votos de diferentes orígenes. Curiosamente la que más votos puso en ese acuerdo fue la señora Francia -bien pagada por cierto- y sus negritudes.
Claro que hay hoy una especie de desafío impuesto por un grupillo gobernante: el odio de clase. Se odia al blanco -más que el blanco al negro- y se odia por el desheredado al que ha trabajado y conseguido algo en la vida. Y se repele al industrial, no obstante que genera empleo. Ese es un punto nuevo, demagógico y populista que pareciera, de apariencia, que hoy domina la política. Pues bien, contra ese flagelo, solo hay un camino que debe ser bien manejado y con espontaneidad: el civismo y la solidaridad.
Con espíritu cívico ganó hace treinta años en esta tierra José Pardo Llada. Nos ganó a todos. De donde es necesario que el candidato bueno monte el culto a la solidaridad, al deber y a la ayuda comunitaria; y así, los que se creen los dueños de la palabra bajo el impulso del odio, quedarán tendidos en un campo de contrariedades que ellos mismos sembraron. Haga usted el bien y aprenderá a derrotar al mal. Y la política honrada es la mejor manera de servir a los demás.