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La gente

La huelga del Chocó y el paro cívico de Buenaventura han venido a recordarnos que el litoral Pacífico existe, que nuestro destino está unido a él por algo más que un par de carreteras y un ferrocarril miserable, y que si no nos damos cuenta de estos hechos tan contundentes es porque nuestra cabeza está jibarizada, reducida a su mínima expresión.

29 de junio de 2017 Por: Carlos Mejía Gómez

La huelga del Chocó y el paro cívico de Buenaventura han venido a recordarnos que el litoral Pacífico existe, que nuestro destino está unido a él por algo más que un par de carreteras y un ferrocarril miserable, y que si no nos damos cuenta de estos hechos tan contundentes es porque nuestra cabeza está jibarizada, reducida a su mínima expresión. Tan mínima que no somos capaces de ver que la solución a los ingentes problemas que padece la tenemos delante de las narices y es su propia gente.

Informó Fernando Guerra Rincón, en un artículo publicado en La Palabra de esta misma semana que, según las propias estadísticas oficiales, a Buenaventura la habitan 407.539 personas, de las cuales el 88,5% son afrodescendientes y que padecen un nivel de pobreza del 81%, de indigencia del 44%, y que en un 60% están desempleados. Y de la ínfima calidad de su infraestructura y de sus servicios públicos, habla el hecho de que la ciudad sólo dispone de agua corriente unas pocas horas al día, así como de un hospital que apenas merezca el nombre. O sea que son tan grandes y graves sus problemas que la solución de los mismos sólo puede venir de su misma gente.

No desprecio desde luego, la legítima exigencia de que el Gobierno nacional mejore sustancialmente el porcentaje de los impuestos recaudados por la actividad portuaria que le corresponde al municipio, ni que haga inversiones importantes en la mejora de la infraestructura y los servicios públicos de la ciudad, incluidas la educación y la vivienda. Pero creo que, aún contando con estas justas transferencias de recursos, los problemas estructurales de la ciudad no se resolverán como es debido porque no atacan la raíz de los mismos que no es otro que el oprobioso régimen de explotación de los ingentes recursos naturales del Litoral Pacífico, cuyas peores consecuencias en términos de desesperación, miseria humana y de desperdicio criminal de los recursos humanos, se condensan en Buenaventura. Un régimen que ya dura demasiado y al que sólo podrá poner fin la propia gente que lo padece si se empodera, y si el Gobierno en vez de reprimirlo, lo facilita y estimula. El empoderamiento de la gente, repito, no el de las empresas que entienden el empoderamiento sólo como la posibilidad de hacer ellas lo que les venga en gana. Y que no están interesadas en poner fin al expolio del Litoral Pacífico porque les permite ganancia tan fáciles como excesivas.