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Un 6 de septiembre (II)

Esa soleada tarde de 1952, las niñas asistentes a la fiesta de...

23 de septiembre de 2012 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Esa soleada tarde de 1952, las niñas asistentes a la fiesta de mi hermana menor tomaban sus onces a eso de las 5:30 p.m.; después de la consabida pasta, de rigor en esos eventos, el ponqué y los merengues rellenos, pasaron al gran salón donde las esperaba una sesión de cine de 16”.Mi gran piano de cola Bechstein presidía el lugar; me había sido obsequiado por mi tía abuela Carlota Cortés de Camacho en 1947 con ocasión de haber iniciado mis estudios bajo la dirección de María Acevedo Biester, hija del maestro y gran pintor Acevedo Bernal.Dos de mis tías abuelas, que vivieron varios años en Barcelona con mi abuela y dos de sus hermanos, habían estudiado piano en el conservatorio bajo la dirección del gran compositor Enrique Granados y mi bisabuelo les había regalado el instrumento que ahora era mío después de más de 50 años de haber sido adquirido.Carlota se graduó con honores y Granados le profesaba gran afecto; sobre el piano tuve siempre la última tarjeta del maestro en la cual le informaba que haría un viaje en el vapor Essex (¿o era Wessex?) que fue torpeado por los alemanes; fue su último viaje y a mi tía se le aguaban los ojos cuando recordaba esa hermosa época de su vida.Sobre la gran chimenea de la sala colgaba el retrato al óleo de mi madre con mi hermana menor, obra de otra de las Acevedo.Cuando volví con mi padre a ver los escombros, el lunes 8, en el hall enorme donde mi madre me enseñó a bailar, no había sino vigas ennegrecidas y sobre ellas, el arpa de mi piano que había sido arrastrado por la ‘Fuerza’ Pública desde la sala hasta la gran pieza donde teníamos los muebles y los cuadros.El retrato de la sala se había derretido y el oleo resbaló por la piedra de la chimenea, tal como puede apreciarse hoy en día.Al otro lado del hall se veía un hueco oscuro que había sido el escritorio de mi padre y el lugar donde reposaban unos 2.000 volúmenes de su biblioteca que habían sido incinerados, todos; parece ser que antes de los actos vandálicos algunos carros de placas oficiales entraron al antejardín y en sus baúles empacaron cosas varias: ¿Libros? ¿Porcelanas? ¿Platería?Tomábamos té los adultos con algunos padres de familia que venían a recoger a sus hijas, cuando una llamada alertó a mi padre de que los incendiarios salían de casa de López hacia la nuestra; recordemos que el expresidente residía en la casa de junto a la del presidente encargado Urdaneta, razón por la cual suponemos que no se la quemaron, pero sí la saquearon.Sin complacencias mi padre echó a todo el mundo y las niñas fueron empacadas como sardinas en los vehículos disponibles; alguno podría pensar ¿Qué les hubiera ocurrido en manos de la turba de empleados y de policías borrachos?Tres o cuatro amigos de mi padre, armados de revólveres se quedaron con él y desde la mansarda (que al amanecer incendiaron) rechazaron el asedio por más de una hora disparando desde las ventanas; un muerto y un herido fue el saldo de los atacantes que no se atrevieron a entrar al antejardín.¡Llegó la Policía! ¡Al fin se salvó la casa! Pero no: se atrincheraron los agentes y comenzaron a disparar sus rifles lo cual hizo comprender a los defensores que tenían que huir y que si mataban a algún policía, los asesinarían sin contemplaciones. (Continuará)