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Libros en medio del caos

La política, como ya es usual, se mueve en círculos y en...

31 de octubre de 2010 Por: Carlos Lleras de la Fuente

La política, como ya es usual, se mueve en círculos y en un caos terrible; comienza éste por poner a la gente a dudar quién es el Presidente de la República y quién lo eligió; continúa con Juanito Lozano saboteando a su Presidente al exigir resultados a sus ministros que no son de la esencia de la U, sin entender que es ridícula su acción a dos meses de haberse iniciado el Gobierno y que la solicitud arrogante de explicaciones de lo que han hecho está fuera de lugar, como lo estaría exigirle a él que explicara lo que hizo como Ministro del Ambiente y de la Vivienda; Benedetti ya está esquizofrénico y no sabe cómo servir a dos señores, sin recordar que el Evangelio afirma que es imposible. Entre tanta confusión y con tanto trabajo para encontrar las noticias en El Tiempo -a pesar de que Mauricio Vargas explica que el diseño tiene que ser bueno porque Roberto Pombo es chirriado, lo cual no contradigo- hemos resuelto refugiarnos en nuestra propia sección de libros donde reseñamos algunas de nuestras lecturas, que meses más tarde son objeto de más profundos comentarios por parte de colegas de varios periódicos.Por la existencia de esa especie de plagio cultural, es que me sorprende que nadie haya recogido mis dos menciones del libro ‘Nadie acabará con los libros’, estupendo diálogo de Umberto Eco y Jean Claude Carriere, que pongo a la cabeza no cronológica de mis desvelos de los últimos dos meses.‘Musicofilia’, del neurólogo y musicólogo Oliver Sacks es un libro difícil de leer por su especialización al tratar de las relaciones entre la música y las enfermedades, y la influencia positiva de la primera en todo género de trastornos neurológicos; sin embargo se vuelve fascinante especialmente si el lector encuentra fenómenos que le son aplicables a él, como me ocurrió con la ya continua intromisión de la música en el cerebro, y la dificultad para erradicar una determinada canción que puede instalarse por meses sin que existan indicios de por qué esa música y no otra, esa sí de nuestro agrado.En la misma área es interesante ojear, y de vez en cuando leer, apartes del manual de Neurología de Jaime Toro, Manuel Yepes y Eduardo Palacios, casi mil páginas novedosas para profanos; sobra decir que comenzamos por la Neurología de la Vejez para seguirle el paso a esta inevitable etapa de la vida.La lectura, retardada años, del ‘País que duele’ de Juan Mosca, mi amigo Fernando Garavito, sigue siendo de actualidad y muchos de los jovenzuelos que suelen escribir tanta mediocridad harían bien en leer los que son reportajes y crónicas magistrales. La bailarina y el inglés, novela postulada al premio Planeta en 2009 es interesante, pero ocasionalmente se vuelve pesada en largas meditaciones que sólo le aguantamos a Saramago; El club de París, de Steve Berry es una novela más estructurada y dentro del estilo del Código Da Vinci, con una trama absorbente a la cual le sobran unas 10 o 15 páginas, lo que no ocurre con El ojo del Leopardo de Henning Mankell, responsable de la existencia de Wallender, el detective de moda en la televisión por cable, cuyas aventuras no tienen nada que ver con la profundidad de la descripción de la no convivencia de blancos y negros en África.Por el contrario, el librito de David Lodge, en costosa edición, es un opúsculo incoherente y bastante aburridor que tiene el atractivo título de ‘La caída del Museo Británico’, culpable de mi inexplicable compra y posterior lectura.De años atrás tenía una deuda con Saramago al no haber leído el ‘Evangelio según Jesucristo’, que ahora no encontré en las librerías de Bogotá, algo inexplicable salvo que el Procurador lo hubiese hecho incinerar; me lo prestaron en una incómoda edición de bolsillo a la cual se impuso tan magnífica narración que por primera vez me hizo ‘conocer’ y apreciar a Jesús, el Hombre, quien no necesita que lo deifiquen para justificar sus méritos de ser humano maravilloso.