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Colombia

Campea la incertidumbre

Tanto Petro como Boric lograron capitalizar el inconformismo expresado en esas movilizaciones sociales para sus campañas y posterior elección presidencial.

21 de mayo de 2023 Por: Claudia Blum

Después de algunas lecturas de los análisis difundidos sobre la situación reciente de Chile y Colombia he encontrado similitudes notorias y algunas diferencias que no ocultan el ambiente de incertidumbre que viven ambos países. Al ver las cosas con precaución, solo puede reafirmarse que ni Chile ha resuelto ya sus problemas, ni Colombia tiene claro el panorama social, económico y político que nos espera.

Algunas similitudes empiezan desde finales de 2019. En octubre de ese año y por varios meses, manifestantes enfurecidos y en ocasiones violentos salieron a las calles chilenas para exigir profundas reformas en educación, pensiones y salud. Atribuían la brecha social del país a una Constitución redactada en 1980 en la dictadura de Pinochet. En Colombia, en noviembre de 2019 se vivió la movilización del ‘Paro Nacional 21N’ que siguió por semanas en medio de discusiones sobre temas pensionales y laborales; el posterior estallido de 2021, con notable presencia de la juventud, expresó el descontento en temas tributarios, de educación, desempleo, violencia contra la mujer, entre otros. Más allá de la protesta pacífica, el país vivió bloqueos, vandalismo, violencia y muertes que quedan en la dolorosa memoria nacional.

Tanto Petro como Boric lograron capitalizar el inconformismo expresado en esas movilizaciones sociales para sus campañas y posterior elección presidencial. En medio de debates polarizados no lograron mayorías absolutas en primera vuelta y su elección se definió en la segunda ronda: Boric con el 55,9% y Petro con el 50,4% de los votos. Los dos presentaron agendas reformistas: en Chile en el nivel constitucional; y en Colombia en políticas de salud, trabajo, pensiones, energía y ‘paz total’, entre otras.

También coinciden los dos países en el desgaste acelerado que han sufrido sus Gobiernos. A los nueve meses de la posesión de Boric, el 60% de los chilenos lo desaprobaban y solo el 30% lo apoyaba; la gestión de Petro, según Invamer, tenía en abril 57% de opinión desfavorable y 35% favorable. Uno y otro han reorganizado sus gabinetes en menos de un año en ministerios clave por dificultades de gobernabilidad, y han tenido sus desencuentros con la Rama Judicial.

Hay algunas diferencias que vale la pena mencionar: en el frente internacional Chile ha preservado el respaldo a la democracia y los derechos humanos y ha mantenido distancia ante las dictaduras de Venezuela y Nicaragua, mientras Colombia ha flexibilizado su actitud hacia esos gobiernos; y en la respuesta a la inseguridad han surgido coincidencias del Ejecutivo chileno con expresidentes y partidos diversos, lo que en Colombia no ha sucedido.

Así mismo, ante el rechazo del pueblo chileno al proyecto de Constitución consultado en septiembre pasado, y dada la elección de un nuevo Consejo Constitucional con mayorías opuestas al Gobierno, Boric ahora plantea encontrar acuerdos nacionales -habrá que ver si mantiene esa posición-. En Colombia, en cambio, no se ha observado ese espíritu de convocatoria, ni en la intervención desde el balcón presidencial el primero de mayo, ni en el trámite de las reformas que han creado profunda división nacional por sus preocupantes efectos anunciados.

Chile y Colombia han sido referentes hemisféricos por su fortalecimiento democrático y estabilidad económica. Sin embargo, también compartimos el enorme reto de reducir las brechas sociales y lograr equidad, y ese propósito superior no debería ser motivo de división. Dos países que han sabido mantener la democracia deben superar las crisis con diálogos entre todos los actores de la sociedad, y con independencia de poderes. No se justifica la incertidumbre que crean propuestas marcadas por ideologías radicales, que no reflejan prioridades y soluciones definidas con participación amplia, y que la gente percibe como retrocesos frente a avances institucionales, sociales y económicos que se han construido por décadas. Los debates democráticos son para acercar visiones diferentes, y no para imponer una sola mirada ideológica o discursos polarizadores que nunca llevan a buen puerto.

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