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Bernardo Peña Olaya

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Cali sin gordas

A Cali no le tocó ninguna porque la relación de Botero con la capital del Valle fue muy lejana a pesar de haber estado casado con una vallecaucana muy ilustre.

19 de septiembre de 2023 Por: Bernardo Peña Olaya

A propósito del fallecimiento del artista Fernando Botero y del orgullo que sienten las ciudades que tienen en sus plazas y avenidas alguna de sus esculturas, pienso en nuestra sufrida Cali, en lo que tenemos para mostrar a los visitantes que vienen atraídos por la fama mundial de este destino como capital de la salsa y el goce pagano. No tuvimos la fortuna de Medellín, donde reposan más de 25 de sus esculturas, o de Bogotá y Cartagena que tienen obras suyas en el parque de El Renacimiento y en la plaza de Santo Domingo, respectivamente.

A Cali no le tocó ninguna porque la relación de Botero con la capital del Valle fue muy lejana a pesar de haber estado casado con una vallecaucana muy ilustre. Aquí sus obras están en colecciones privadas y dos de ellas en el museo de La Tertulia, que por ahora no tiene programado exhibirlas. Sin embargo, tenemos un gordo muy famoso: el gato de Tejada y al lado el parque de las gatas, uno de los más visitados de la ciudad, por lo menos el único que tiene temática cultural y no es epicentro de la rumba como el parque del perro, o del desorden como el de San Antonio y el de El Ingenio, los tres convertidos en un problema para los vecinos por el gentío, el ruido y el despelote.

Qué tenemos en Cali: la estatua de Sebastián de Belalcázar, el monumento a la resistencia (no me insulten, ya no hay nada que hacer, ese monumento se quedó), el monumento a la solidaridad, que de manera muy simbólica y al mejor estilo de los performances artísticos se partió en dos, carcomido por el excremento de las palomas, y permanece rodeado de una tela polisombra verde. Nuestras esculturas le dan nombre, por ejemplo, a la calle del muerto por una escultura de un señor que parece muerto; al Parque del Perro por Teddy, el perrito que quedó inmortalizado en un pedestal y más recientemente al parque de las piedras, que en realidad es el Parque Central Río Cali, por los gigantescos totems o pilas de piedras enormes unas sobre otras de la artista Paola Ríos, este parque es además uno de los múltiples ‘marihuanódromos’ con los que cuenta la ciudad.

La trompeta de Jairo Varela se convirtió en un referente geográfico, así como la estatua de Jovita, cuyos alrededores son el ‘marihuanódromo’ y que además le cambió el nombre al parque de los estudiantes por parque de Jovita. Una ¿escultura? que abre el debate sobre el buen gusto y el despilfarro es el extraño planeta que le dejó a la ciudad el exgobernador Abadía: una especie de Saturno con el mapa del Valle ubicado a un lado de la biblioteca departamental.

No se trata de que nos convirtamos en París o de competir con Medellín en arte escultórico, pero sí de mantener y preservar lo poquito que tenemos, da grima ver el monumento al deporte abandonado y mutilado, el de la solidaridad partido, ver las figuras de los poetas en la plaza que lleva su nombre esperando dedos y narices desde hace años, algunas de las gatas ya tienen daños serios por cuenta delos turistas que se encaraman en ellas, uno de los portones de La Hacienda quedó hecho polvo por un conductor despistado, a las gatas ubicadas en las entradas de la ciudad les cuelgan llantas, las pintan, el pájaro de Omar Rayo es un baño público, a estas alturas nadie se explica cómo hicieron para robarse, a metros de un CAI, una campana tricentenaria de la capilla de San Antonio.

Si Botero hubiera venido y visto esto seguro respiraría aliviado de saber que ninguna de sus obras está aquí, probablemente, una de sus gordas terminaría descuartizada en alguna chatarrería de Sucre o del Calvario.

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