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A pagar por el cambio climático

Si se desea que las selvas del tercer mundo mantengan su condición de pulmón primigenio alguien debe compensar a sus habitantes

6 de noviembre de 2022 Por: Vicky Perea García

Las emisiones masivas de CO2 que producen algunos países y agudizan el cambio climático, se parecen a la historia de ciertos fumadores empedernidos cuyos allegados sufren cáncer de las vías respiratoria o enfisema por cuenta de un placer ajeno.

En los países industrializados y en otros que transitan el camino del desarrollo rápido se emiten billones de toneladas de carbono durante el proceso de producir bienes de consumo, pero los precios finales de aquellos elementos no incluyen un costo inmenso que es el de los desastres provocados por el proceso de fabricación a miles de kilómetros de distancia, en el empobrecido trópico.

El cambio climático que se provoca desde el norte del planeta y no se reconoce ni compensa ha adquirido características agobiantes para América Latina, el Caribe, África y sureste de Asia. Las estaciones climáticas se prolongan y las temperaturas no tienen precedente. Lo que acontece es inaceptable al considerar que el carbono emitido por la mayoría de países víctimas es prácticamente deleznable.

Pero hay una noticia alentadora porque la vigésima séptima cumbre sobre cambio climático (COP27), que comienza sus deliberaciones en Sharm el-Sheik, Egipto, tiene entre sus propósitos el de crear un sistema para resarcir los daños a las naciones afectadas.

El desafío que encara el evento respecto de las compensaciones fue explicado por Adrián Martínez, reconocido ambientalista centroamericano en entrevista con un medio español: “Para esta COP27 se está buscando que el tema vuelva a ser parte de la agenda. Desde ya sabemos que algunos países, como Suiza, se van a oponer. Otros hablan de ayudas humanitarias, pero eso no tiene sentido. Es muy distinto cuando se da plata por compromiso o por donación, que cuando se compensa a alguien por daños que se generaron”.

Para detener el cambio climático hay un aspecto que también debe ser prioritario y es el de poner fin a la deforestación. A lo largo de siglos los países del primer mundo acabaron con buena parte de sus bosques. Hoy el oxígeno que respiran depende de las selvas y florestas ubicadas sobre la franja ecuatorial del planeta y sus vecindades. Estas son regiones pobres, donde se puja por extender la frontera agrícola para asegurar la subsistencia alimenticia o la creación de empleos.

Aquí la conducta de algunos miembros de la Unión Europea está teñida de hipocresía. Es como si dijeran: “Yo ya arrasé la despensa y aunque mueras de hambre, te prohíbo tocar lo poco que queda”. Un buen ejemplo es el del aceite de palma cuyo consumo se sataniza allá, sin las precisiones necesarias, en el etiquetado de ciertos alimentos. El falso supuesto es que el cultivo de palma arrasa la naturaleza. Estrategias y técnicas agrícolas como las empleadas en nuestros Llanos Orientales demuestran, por el contrario, que la palma aceitera bajo ciertas condiciones es sinónimo de vegetación renovada y vida. Lo mismo puede afirmarse con relación al cultivo del caucho o látex. En otras palabras, el desarrollo razonable y la naturaleza pueden coexistir.

Ahora bien, si se desea que las selvas del tercer mundo mantengan su condición de pulmón primigenio alguien debe compensar a sus habitantes para que puedan dedicarse al cuidado del territorio. Llegó la hora de que los grandes países contaminantes se metan la mano al dril. Ojalá la COP27 los obligue.

Sigue en Twitter @antoderoux