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Una hipótesis

Es evidente que entre los manifestantes confluyen también otros intereses, algunos con tradición política de oposición, posiblemente presencia de milicias o de lo que subsiste como guerrilla y también grupos con tradición de criminalidad urbana, más o menos organizada.

25 de mayo de 2021 Por: Álvaro Guzmán Barney

El conflicto social que acontece, viene de tiempo atrás, no solo en Colombia, también en Latinoamérica, e incuso en otras partes del mundo. Es parte de una transición de una forma política desgastada, para algunos dominada por el neoliberalismo, a otra forma que no ha logrado concebirse claramente que seguramente será una nueva forma de capitalismo social-demócrata. En Colombia, el conflicto ha revestido particular importancia en el suroccidente, centrado en Cali, pero se ha manifestado en toda la geografía nacional con similitudes y especificidades en cada región.

En el conflicto se han hecho presentes temas rurales que fueron tratados por los Acuerdos de Paz y que han quedado pendientes y temas nuevos, propiamente urbanos, que no fueron considerados en estos acuerdos, agenciados hoy especialmente por los jóvenes, como el empleo, la educación, la salud y el medio ambiente. En el fondo, la búsqueda de un futuro mejor. El conflicto es entonces nacional y va más allá de las fronteras entre pugnas urbanas y rurales que ahora se superponen.

Para poder interpretar acciones colectivas como las manifestaciones, los bloqueos, el vandalismo, es necesario tener en cuenta “factores estructurales” que vienen del pasado, como el desempleo, la exclusión, la pobreza o la corrupción del sistema político y judicial, entre otros, junto con un creciente sentimiento de “injusticia social y desesperanza” que también se ha venido formando de tiempo atrás y que, por ejemplo, tiene formas de organización juveniles y barriales. Se produce entonces un “levantamiento” que parece anómico pero no lo es del todo, contra el Gobierno del presidente Duque que sintetiza todo aquello que se quiere cambiar.

El Centro Democrático hace una lectura de los hechos según la cual el agente del “levantamiento” es el petrismo, o lo que queda del movimiento guerrillero, o, según sus asesores, el movimiento comunista “molecular” internacional. Es una lectura muy pobre que no distingue ni los momentos históricos distintos ni los actores, ni las acciones, ni las agendas también diferenciadas. Quienes están detrás del “levantamiento”, que tiene formas de organización implícitas, algunas incipientes, locales o barriales o mediadas por organizaciones políticas que trabajan “en red”, buscan nuevas formas de concebir la sociedad y de incidir en el Estado, un futuro distinto, sin definiciones claras.

Es evidente que entre los manifestantes confluyen también otros intereses, algunos con tradición política de oposición, posiblemente presencia de milicias o de lo que subsiste como guerrilla y también grupos con tradición de criminalidad urbana, más o menos organizada.
No es entonces de extrañar el vandalismo que se ha presentado, pero que aparece de tiempo atrás en Colombia. Entonces, es muy importante diferenciar a los actores que intervienen, incluso diferenciar las posiciones desde el Estado y desde el Gobierno.

Es importante que se puedan identificar los actores sociales (colectivos) y que se puedan decantar sus pretensiones, a nivel local, regional y nacional. Se requiere pasar de la violencia a la política, es decir politizar el conflicto. Demostrar que entre las posiciones extremas, nidos de odios y de violencias en espiral, se pueden estructurar propuestas de cambio que buscan resolver las necesidades de la sociedad, profundizando la paz y la convivencia.

En estas circunstancias, el papel de la intelectualidad y de las universidades es muy importante, mediando en el conflicto y encontrado puntos de acuerdo orientados al bienestar colectivo. De manera inmediata, se deben respetar, por los actores enfrentados y al mismo tiempo, los derechos a la manifestación y a la movilidad. Y se requiere, más que nunca, desarmar a los ciudadanos.