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Miremos pa’delante

Observando como tumbaban el monumento a Sebastián de Belalcázar en Popayán los indígenas, me indujo a pensar sobre la interpretación y la vigencia de la historia.

29 de septiembre de 2020 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Observando como tumbaban el monumento a Sebastián de Belalcázar en Popayán los indígenas, me indujo a pensar sobre la interpretación y la vigencia de la historia. Interpretarla es difícil, se requiere conocer cómo pensaban en pasado, la educación que recibían, las influencias que eran objeto, las costumbres de su tiempo, no obstante, la mayoría la juzga con los criterios hoy prevalecientes. La historia es dinámica, los cambios han sido gigantescos, desde cuando los europeos descubrieron el nuevo continente, hace más de 400 años. Lo que ocurrió ayer, hoy es historia, se denomina reciente, pero es historia.

Los españoles conquistaron parte de América invadiéndola y desplazando a los habitantes nativos. Fue la época cuando los europeos se lanzaron a descubrir nuevos mundos y crear colonias, con las que comercializaban, y de contera las expoliaban. Una etapa cuando el viejo continente estaba más adelantado, en aspectos económicos y bélicos, además de otras materias inherentes al desarrollo, como las ciencias y las artes.

Los Incas hicieron lo propio conquistando pueblos vecinos. Su expansión territorial la realizaron a sangre y fuego. Luego imponían a la fuerza su autoridad. Constituyeron un imperio. Los Aztecas sacrificaban las vidas de sus enemigos ofreciéndolas a sus dioses. Establecían castas, reinos hereditarios y nobleza. Juzgarlos con los parámetros que hoy prevalecen sería un error.

Lo que existe en el presente es fruto del pasado, lo bueno y lo malo. Los árboles tienen raíces, los humanos, hábitos, costumbres y arraigos. En nuestro continente con ancestros hispanos, tenemos la tentación de darle más trascendencia al pasado que al futuro. No en vano, Chávez desenterró a Bolívar, para cerciorarse si los colombianos lo habían envenenado, hoy su país sufre escasez de combustible, con una de las mayores reservas del mundo. ¡Qué ironía!

Nos encontramos en una polarización insoportable, en un diálogo de sordos, si solo nos referimos al pasado. El odio y la envidia campean. La injuria y la calumnia son el pan nuestro de cada día. Ni el más santo se escapa de ser difamado. Basta leer los columnistas, mirar los tweets, ver los mensajes de WhatsApp u oír los noticieros.

Nos enfrascamos en discusiones bizantinas, relegamos a segundo plano lo que debemos hacer hoy, para disfrutar un mañana más próspero.

Todos sabemos que es perentorio luchar contra la corrupción, disminuir la brechas económicas, consolidar la paz, promover la inclusión social, erradicar el narcotráfico, extender la institucionalidad a todos los rincones, propiciar que todos los habitantes tengan posibilidad de educarse y progresar, proteger con pensiones a los ciudadanos de la tercera edad, extender el cubrimiento de la salud a los territorios, acceder a una justicia rápida e imparcial, incrementar la inversión y el empleo. Estos postulados tienen carácter prioritario, los debemos implementar cuanto antes, así lo desea la inmensa mayoría. Los asuntos aludidos debiesen copar nuestra atención, sobre ellos debiéramos discutir sus soluciones, en lugar de las diatribas.

Sobre estos temas existen puertos comunes. Sin duda, hay visiones diferentes, pero los acuerdos pueden lograrse entre la gran mayoría de los sensatos, con los fanáticos irredentos, no hay nada por hacer. Sino, destruimos lo que con sacrificio construimos.