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Poder y movilización

El aspecto que más llama la atención en las marchas de la semana pasada es la extraordinaria heterogeneidad de las motivaciones que aparecen en sus participantes.

26 de noviembre de 2019 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El aspecto que más llama la atención en las marchas de la semana pasada es la extraordinaria heterogeneidad de las motivaciones que aparecen en sus participantes; cada cual llegaba con su ‘propia pena a cuestas’ a participar en una movilización colectiva en la que podía expresar a sus anchas su malestar. Algunos tratan de simplificar esta diversidad con la idea de que detrás de esta inmensa multitud se encuentra una protesta primaria por las inmensas desigualdades creadas por el modelo neoliberal, insensible a las demandas sociales. Otros consideran que no hubo razón valedera que la justificara. Pero el hecho es que sucedió y debemos tratar de entender las razones que la hicieron posible.

El resorte de esta movilización colectiva no hay que buscarlo en el malestar social sino en la precaria legitimidad de la autoridad política, representada por el Presidente de la República. Más que una crisis social lo que hay aquí es una grave crisis institucional. Esto es lo que nos permite explicar por qué las marchas no se focalizaron en un aspecto específico, no hubo liderazgos claros, se desarrollaron de una manera espontánea, movilizaron población de los más diversos sectores sociales. Lo que hace que la gente salga a la calle a protestar en masa es la orfandad frente al ejercicio de un poder que ha sido incapaz de asumir su función como garante de la integridad de la sociedad y no se percibe como interlocutor válido, como intérprete de las necesidades colectivas.

El resultado de las elecciones de 2018 fue el triunfo de la polarización. En una proporción que no conocíamos anteriormente la gente no votó por un candidato, sino en contra del otro: por Petro contra Uribe y por Duque contra Petro. Y como consecuencia el elegido no fue el mejor formado, sino un joven desconocido, simpático e inexperto, con el agravante de que no llegaba a esa posición por sus méritos propios sino por delegación (‘el que dijo Uribe’). Todos estos aspectos configuraron de entrada una ‘legitimidad precaria’, que el nuevo presidente hubiera podido remediar. Pero no fue así.

Claudia López le entregó en bandeja de plata los 11.674.951 votos de los que participamos en la consulta anticorrupción, que hubieran podido dar una narrativa coherente a su mandato, pero desperdició la ocasión. La prioridad dada al libreto con que se había comprometido tuvo como resultado que no se sintonizara con la verdadera agenda del país. En lugar de dar pasos hacia adelante lo que nos encontramos fue con un ‘regreso al pasado’. El ‘modelo uribista’, desaparecidas las Farc, ya no tenía razón de ser. Los acuerdos de paz son un hecho irreversible. Sin embargo, el Presidente perdió casi ocho meses en unas objeciones a la JEP, cuyo fracaso estaba cantado de antemano.

La legitimidad de Duque se ha basado en el apoyo de Uribe, una figura que se ha ido desvaneciendo en la opinión durante los últimos meses, con el agravante de su llamado a indagatoria por parte de la Corte. Los ministros actúan como rueda suelta porque no saben muy bien a quién obedecer. Los discursos presidenciales parecen el informe de un mando medio, como si el poder no estuviera en sus manos.

¿Podrá el presidente Duque asumir la autonomía que se le está reclamando, para marcarle derroteros al país en una situación tan crítica como la actual? El problema no se soluciona simplemente con atender las demandas de la gente, sino con cambiar la forma como la autoridad política se ha venido ejerciendo. Cuando nos preguntamos por qué se produce una revolución, un fenómeno masivo de violencia o una movilización de estas características, en lugar de poner el énfasis en el malestar social, hay que buscar dónde está el poder y cómo se ejerce. Los ejemplos de las grandes revoluciones (Francia, Rusia, Cuba) están allí como ilustración. Cuando la gente empieza a darse cuenta que el poder está vacío se lanza a las calles.