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El ‘hombre bueno’

Las escenas de horror y de violencia que aparecen en la televisión todas las noches no son propiamente un pasatiempo.

14 de marzo de 2023 Por: Vicky Perea García

Las escenas de horror y de violencia que aparecen en la televisión todas las noches no son propiamente un pasatiempo. Asesinan a líderes sociales de manera simultánea en las regiones más alejadas del país. Los grupos armados se enfrentan entre sí para dirimir el destino de un cargamento o el control de un territorio. Gracias a las cámaras de video ahora podemos ver en vivo y en directo los atracos y las agresiones de la delincuencia común en plena calle. Una conocida DJ es asesinada y arrojada a un basurero en una maleta. Tres hombres son bajados de un bus y asesinados frente a los demás pasajeros. Las movilizaciones sociales rápidamente quedan atrapadas en actos de vandalismo o de brutalidad policial. Las violencias familiares y de género aparecen por doquier. Y para completar el cuadro, al final, las noticias internacionales nos traen las escenas de la guerra de Ucrania con toda su crudeza o nos muestran al ‘líder supremo’ de la República Popular Democrática de Corea del Norte, arrojando misiles al mar del Japón, como cualquier niño sus juguetes, para mostrar su fuerza.

Estas situaciones nos corroboran que estamos frente a un ser humano depredador, enemigo de su prójimo, complacido en provocar un daño inútil, capaz de realizar en sus congéneres los más sofisticados actos de sevicia y de crueldad. La pregunta que me hago todas las noches es la misma: ¿Tendrá fin algún día esta espiral destructiva? ¿Cuál es el ‘dispositivo psicológico’ que hay detrás de todo esto? ¿Cómo es posible que el ser humano sea tan sanguinario y despiadado con sus semejantes?
Una mirada simple podría justificar estos hechos a partir de los intereses que están en juego en cada caso y postular la hipótesis de que si se resuelven los conflictos que están en el trasfondo la violencia desaparecería. Los pacifistas de todos los tipos, con igual ingenuidad, seguirán esperando el advenimiento de la ‘bondad natural del hombre’ y el imperio de la felicidad. Pero el asunto es significativamente más complejo.

Así sea doloroso, hay que entender que el hombre no es un ser bueno, manso y amable, “a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan”. El prójimo, como dice Freud, no es solamente un amigo solidario o un objeto sexual deseado, sino “una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo” (El Malestar en la Cultura).

Si queremos encontrar algún atisbo de solución que haga posible la sociabilidad y la convivencia hay que empezar por reconocer, como nos enseña el psicoanálisis, que en la conformación primaria de nuestra identidad se encuentra la agresividad como una condición fundamental que define lo que somos. El niño humilla, golpea y hacer llorar a sus compañeros. Hasta el propio San Agustín, en contravía con la idealización de la infancia propia del credo católico paulista, nos describe en una página memorable del capítulo VII de su libro Confesiones, los celos y las envidias propios de la primera infancia.

La agresividad no es evitable pero si se puede inhibir, regular, encausar, así sea de manera transitoria. La convivencia, la solidaridad, las múltiples formas de la sociabilidad no son innatas. No nacemos demócratas, ni respetuosos del prójimo, ni defensores de los derechos humanos, ni pacifistas. Todo eso lo tenemos que aprender. A un niño se le enseña a convivir pero no a morder al compañero, patearlo y halarlo del pelo, porque para él ese acto es una condición de su supervivencia, debido a su vulnerabilidad e indefensión.

La salud mental tiene mucho que ver con la capacidad que tenga cada sujeto de controlar la agresión, tanto la que dirige contra los otros como la que va contra sí mismo. El reconocimiento del carácter inevitable de la agresividad en la vida humana no es un acto de pesimismo sino de realismo. Una sociedad mejor no es aquella que ha erradicado la agresividad sino la que ha logrado controlarla y reorientarla de manera productiva y creativa.