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Occidente colombiano

Colombia ha sido remisa en narrar la verdadera historia de los tres primeros siglos de la conquista y colonización del occidente del país o sea de la cuenca del río Cauca.

21 de mayo de 2017 Por: Alberto Silva

Colombia ha sido remisa en narrar la verdadera historia de los tres primeros siglos de la conquista y colonización del occidente del país o sea de la cuenca del río Cauca. El Ministerio de Educación solo ha informado sobre lo acontecido en ese mismo lapso pero casi todo en lo referente al área de la cuenca del río Magdalena entre Cartagena y Santafé de Bogotá. Es más, desde hace 30 años se atrevió a quitar las 74 horas de la cátedra de Historia Patria en las escuelas y colegios del país para convertirlo en campeón mundial de ignorantes de su propia historia.

Una vez establecidos durante el primer siglo, los asentamientos urbanos en las trece poblaciones del Eje colonial del río Cauca con Cali a la cabeza, solo antecedida en orden cronológico por Jamundí pero seguida por Popayán, Anserma, Marmato, Cartago, Buenaventura, La Vega de Supía, Santafé de Antioquia, Caloto, Buga, Toro y Roldanillo, el flujo de inmigrantes se fue consolidando en sus márgenes desde Popayán en el sur, hasta Santafé de Antioquia al norte.

Cali siguió en su papel de alimentadora genética de ese eje colonial por ser el sitio de entrada de las familias e inmigrantes por Buenaventura, puerto que siempre ha sido la capital colonizadora del andén del Pacífico colombiano, cuya historia también debe conocerla el país en general por ser tan amplia y rica, similar a cualquiera de las más importantes regiones de Colombia, como se verá una vez levantemos con estos escritos el velo oscurantista tendido hace más de 479 años desde Santafé de Bogotá y el resto del país sobre ellas.

Al terminar los primeros cien años después de la Conquista, los territorios acompañantes del río Cauca en sus dos lados, desde su nacimiento al sur en la laguna del Buey hasta el extremo norte en Santafé de Antioquia, un tramo aproximado 1.100 kilómetros de su curso, se ofrecía como teatro de incubación a un proyecto de país que durante trescientos años se desarrollaría, aislado del mundo y muy lejos de otro similar que también se hacía a lo largo del río Magdalena, separados ambos por la formidable Cordillera Central de los Andes. Por condiciones del destino, le correspondió en suerte al último ser la sede de Santafé de Bogotá, capital del Nuevo Reino de Granada y por ahí derecho su cuentero mayor.

Los territorios acompañantes del río Cauca abundaban en fauna y flora. No poseían sabanas naturales de pastos como se ha hecho creer, ni desiertos ni eriales, todo eran selvas y montañas, lagunas y humedales. Su cauce ofició entonces como el último vestigio de drenaje de su cuenca y del gran lago que en mitad de su trayecto allí existió, con cuyo fondo de limos y sedimentos se formó la actual planicie vallecaucana.

Frente a esta maravilla geográfica, se encontraba todo un pueblo mestizo, rústicamente instalado en los trece asentamientos. Sus habitantes fluían entre sí por medio del río y se disponían a iniciar el segundo siglo de existencia colonizadora. Sin una sola escuela, sin cuerpo administrativo oficial, sin ropa ni telas para confeccionarla. Sin calzado, desamparado de herramientas de labranza y sin elementales condiciones de salud. Su único contacto con la civilización era por medio de la Iglesia católica, esa si relativamente bien dotada para su oficio evangelizador. Por medio de ella comenzó a llegar la alfabetización que era robada a la brava de los conventos por los mestizos de la servidumbre de las diferentes órdenes religiosas encomendadas por la Corona española, porque de lo contrario les sería entregada pero a cuentagotas.

Ardua labor les esperaba: un paraíso en medio del infierno. Faltaban cuatrocientos años para acceder a las señales del internet.