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Cannes, tribuna y tribunal

El imponente Festival de Cine que en el mes de mayo se celebra anualmente en la ciudad francesa de Cannes se proyecta como el templo de la famosa alfombra roja, del glamour, de las estrellas y de la Dolce...

13 de junio de 2019 Por: Liliane de Levy

El imponente Festival de Cine que en el mes de mayo se celebra anualmente en la ciudad francesa de Cannes se proyecta como el templo de la famosa alfombra roja, del glamour, de las estrellas y de la Dolce Vita. Pero no es solamente así. A lo largo del tiempo que lo llevó a la última 72 edición se ha convertido en algo muy serio y necesario a la hora de querer comprender las duras realidades actuales.

En este año su selección oficial incluyó películas tensionantes para dar a conocer y analizar asuntos como las durezas de la clase trabajadora (‘Sorry we missed you’, del inglés Ken Loach); el islamismo que devora una juventud vulnerable (‘El joven Ahmed’, de los belgas hermanos Dardenne); la mafia que penetra la sociedad italiana en profundidad (‘El Traidor’, de Marco Bellocchio); el populismo fascista que se está apoderando del Brasil (‘Bucareau’, de Kleber Mendoza Filho); los suburbios ‘sensibles’ en Francia donde los niños delinquen tanto como los mayores y la Policía no logra intervenir (‘Les Miserables’, del joven Ladj Ly). Películas serias y no propiamente concebidas para el entretenimiento.

No siempre fue así. Al contrario, el Festival fue creado en 1939 y (aunque su segunda edición fue cancelada por la Guerra) adoptó una posición que Jean Cocteau había definido como “apolítica” y dedicada al arte y la cultura. Y así se sostuvo, frívolo e indiferente por un par de décadas, reprimiendo sin pudor a los cineastas que se atrevían a endurecer su tono. Su víctima más famosa fue quizás Alain Resnais cuyo doloroso ‘Noche y tiniebla’ (1956) sobre las deportaciones a los campos de concentración fue retirado de la competencia oficial por la censura estatal. Más tarde también lo persiguieron por ‘Hiroshima Mon Amour’, descartado de la competencia y vetaron su ‘La guerre est finie’ sobre la resistencia contra Franco en 1966.

Sin embargo estos tiempos sombríos y discriminatorios pasaron a la historia gracias a la llegada a la cabeza del Festival del intelectual Gilles Jacob a finales de los años 70, primero como delegado oficial y luego como presidente -cargo que asumió con valentía y libertad hasta el año 2014. Durante este lapso y bajo su mando (sin perder su glamour), el Festival cambió de rumbo: se volvió más rebelde, tolerante, libre, innovante, abierto y un refugio seguro para los cineastas perseguidos.

Desde entonces, en Cannes todo se dice y todo se permite -siempre con una exigencia extrema de calidad. Ejemplos: ‘Hombre de hierro’, de Andrej Wajda (1981), sobre la Polonia de Lech Walesa; ‘El sabor de la cereza’ (1997), del iraní Abbas Kiarostami que los ayatollah no consiguieron bloquear; ‘Timbuktu’, del mauritano Abd el Rahman Sissako sobre el horror yihadista en los pueblos africanos; ‘Los demonios a mi puerta’, del chino Jian Wen quien fue arrestado e impedido de trabajar a su retorno al país aunque su película se alzó con el prestigioso Grand Prix; ‘Elephant’, del norteamericano Gus Van Sant, una furiosa denuncia de la proliferación de armas en Estados Unidos; ‘El caimán’, de Nani Moretti, que revela la corrupción de Silvio Berlusconi; el conflicto israelo-palestino en ‘Intervención divina’, de Elia Suleiman; ‘4 meses, 3 semanas,2 días’, de Cristian Mungiu, sobre el problema del aborto en la Rumania de los Ceaucescu; “Dheepan”, de Jacques Audiard, sobre los migrantes; ‘Capharnaum’, de la talentosa Nadine Labaki que nos cuenta que Líbano no es precisamente la Suiza del Medio Oriente.

Y recordar que el año pasado el Festival incluyó en su programa dos películas de realizadores encarcelados en sus países por asuntos relacionados con Derechos Humanos: ‘Leto’, del ruso KIrill Serebrennikov, y ‘Tres caras’, del iraní Jafar Panahi. Otra victoria contra la barbarie.