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Un nuevo enfrentamiento se vivió esta semana entre la Casa Blanca y la prensa de su país por cuenta de las revelaciones de que el Fiscal General se reunió dos veces con el embajador ruso Sergey Kislyak. | Foto: AFP / El País

ESTADOS UNIDOS

¿Quién ganará la guerra entre Trump y la prensa?

Lejos de apaciguarse, el enfrentamiento entre el presidente y los medios crece y divide más a EE.UU. Análisis.

5 de marzo de 2017 Por: Edwin Giraldo Ruiz | Corresponsal en Washington

La política estadounidense se convirtió en una guerra de credibilidad. ¿Quién tiene la razón? ¿Hacia quién va dirigido el mensaje? Estas son algunas de las preguntas que retan a la opinión pública de un país cada vez más dividido desde que Donald Trump llegó al poder.

En su primera semana de Gobierno, Trump calificó como “noticias falsas” a instituciones del periodismo como The Washington Post, The New York Times o CNN. Este lenguaje hostil lo ‘matizó’ su máximo asesor, Stephen Bannon, con el apelativo “partido de oposición”.

Bannon, un antiguo banquero y productor de cine que promueve el nacionalismo, era el director del sitio web Breibart News, desde donde ondeó banderas de ultra derecha con noticias provocadoras que sonaban inverosímiles en Washington, pero creíbles en las burbujas ideológicas que se formaron en redes sociales alrededor de Trump.

El dúo de batalla contra la prensa Trump-Bannon lo complementa Sean Spicer, portavoz presidencial, quien es definido por ‘insiders’ como un verdadero conocedor de la comunicación política, después de comandar por once años la estrategia de medios en el Comité Nacional Republicano.

Durante su debut en la Casa Blanca, el corresponsal de la cadena ABC, Jonathan Karl, inauguró a Spicer con un desafiante cuestionamiento.
-¿Es su intención decir siempre la verdad desde ese podio, y promete que nunca afirmará algo sabiendo que no es verdadero?, preguntó el veterano reportero.

“Creo que tenemos que ser honestos con los estadounidenses. A veces podemos estar en desacuerdo sobre los argumentos. Hay ciertas cosas que no entendemos del todo, pero nuestra intención es nunca mentir”, respondió Spicer.

Este tono de desconfianza ha perdurado desde la llegada del nuevo gobierno. El último episodio de tensión en la Casa Blanca se vivió esta semana, cuando The Washington Post denunció que el fiscal general, Jeff Sessions, había sostenido dos reuniones en 2016 con el embajador ruso Sergey Kislyak y no las reportó bajo juramento ante el Senado para su audiencia de confirmación.

La denuncia desató el capítulo más complicado en el escándalo sobre la intervención ilegal de Rusia en las elecciones de EE. UU., pues las reuniones entre Sessions y Kislyak se hicieron tras conocerse que hackers rusos penetraron el sistema informático del Comité Nacional Demócrata para perjudicar la campaña de Hillary Clinton.

Frente a eso, Trump dijo en Twitter: “Toda esta narrativa es una forma de salvarle el rostro a demócratas que perdieron una elección que se suponía ganarían”.

Histórico reto para la prensa

“La retórica cargada y el hecho de acusar a los medios de ser enemigos del pueblo es una escalada muy alarmante. Es muy preocupante que el Gobierno de EE. UU. utilice ese lenguaje en su intento por socavar la credibilidad de la prensa”; dijo Carlos Lauria, del Comité para la Protección de Periodistas en Nueva York.

Esta crítica es recurrente entre los detractores del Presidente, aunque poco efecto tenga sobre el comportamiento de este. Un artículo reciente del diario Político sugiere que desacreditar a los medios es una estrategia a la que Trump se aferró en su vida de negocios, pues cree en que dominar narrativas en escenarios de opinión pública terminan por beneficiarlo, aunque sea con polémicas.

En 1979, cuando apenas comenzaba a crecer como empresario en Queens, Nueva York, Trump demandó al periodista Wayne Barrett por sus publicaciones sobre bienes raíces. En 1980 hizo lo mismo con la revista Spy por críticas en su contra, y al Chicago Tribune por calificaciones negativas para la construcción de una de sus torres.
Antes de llegar a la Presidencia, su enfrentamiento más fuerte con la prensa fue una demanda por US$5000 millones en contra de su biógrafo, Timothy L. O’Brien, por decir que su fortuna solo llegaba a los US$250 millones. Prácticamente todos los casos, perdió.

El gran paradigma para los gurús de opinión pública, así como periodistas, encuestadores y políticos, ha sido terminar de entender por qué el talante beligerante de Trump con los medios le da resultado. Joel Simmon, en la revista Columbian Journalism Review, explica que Trump ha sido brillante para remodelar su estilo de protagonismo en la esfera mediática. “Cada vez que necesita elevar su visibilidad, cambia de tema, responde o ataca. Dice algo indignante y el ciclo comienza de nuevo”.

Además, ha sido disciplinado en el uso de redes sociales, aunque no es el único político que recurrió a esta plataforma. En el 2008, Barack Obama usó los nuevos medios como estrategias de organización de comunidades y logró mayor acercamiento con sus votantes. Pero el estilo de Trump es diferente: “Su estrategia es impactar los medios al indignar, ser ofensivo o provocativo”, agrega Simmon.

María Peña, periodista de La Opinión de Los Ángeles, que ha cubierto la Casa Blanca por más de una década, cree que “Trump es un fenómeno que raras veces se ha visto en la historia de este país”. Entre otras cosas, porque logró atraer a un sector electoral que se sentía abandonado por el establecimiento en Washington, y para ello recurrió a comentarios incendiarios que tuvieron una fuerte acogida.

“Esto a su vez ayudó a los ratings de los medios de comunicación, y por eso se formó un circulo vicioso. Los medios se beneficiaban con los ratings, y Trump con la cobertura gratis”. Ahora, con el polémico magnate en el poder, Peña considera que si bien urge un acto de contrición para los medios, el reto es el mismo: “La tarea del periodista no ha cambiado. El ambiente está difícil, pero la misión es cuestionar a quien está en el poder, verificar los datos, no dejarse vender propaganda y denunciar a quien está diciendo mentiras”.

Los periodistas que trabajan en Washington se enfrentan a la constante circulación de información filtrada por fuentes anónimas sobre potenciales acciones del gobierno que después no se concretan como, por ejemplo, que Trump desplegaría a la Guardia Nacional para labores migratorias.

“No sabes si estas filtraciones son deliberadas para ver qué tipo de reacción generan en la opinión. Siempre que hablo con la Casa Blanca insisto en que es importante tener acceso directo a las fuentes, que hablen ‘off the record’, que no sea de forma anónima, para que no nos acusen después de ser medios deshonestos”, agrega.

No es fácil predecir si Trump cambiará su actitud hacia los medios. Un estudio del profesor Kirk Hawkins en la Universidad de Brigham Young (Utah) asegura que mientras más tiempo permanece un populista en el poder, más se deteriora la libertad de expresión en ese país. Agrega que los líderes populistas creen que su visión es tan cierta y correcta, que el escrutinio –principal rol de los medios – debe definirse como “oposición”.

EE. UU., un país de instituciones fuertes, está hoy lejos de padecer atentados a la libertad de expresión como los de Venezuela o Turquía. Pero, sin duda, Trump ha logrado entablar el mayor reto para el periodismo en muchas generaciones.

Quizá por eso el Washington Post decidió exhibir un nuevo lema en su primera página: “La democracia muere en la oscuridad”.

Rechazo de la SIP

La semana pasada la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) reiteró su preocupación por la constante descalificación en contra de la prensa por parte del presidente Donald Trump.

El presidente de la Comisión de Libertad de Prensa, Roberto Rock, expresó: “Nos causa alarma las descalificaciones en contra de los medios que viene haciendo el Presidente, por cuanto debilitan la confianza del público y coartan la conversación pública y el respeto por las opiniones y el disenso, factores intrínsecos de la democracia”.

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