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Pablo, el orgulloso heredero de la tradición melómana, asiste fiel los recuerdos de una madre amorosa, que lo crió entre elepés. | Foto: Raúl Palacios / El Pais

MUSICA

Olimpa, Pablo y la historia de una familia melómana que sí sabe dónde está la melodía

La terraza de los Solano, en el Barranquilla, es una institución de la Cali melómana. Ella, de 95 años, lúcida y cálida, estará hoy en el Encuentro de Coleccionistas. Él no puede estar más orgulloso de su mamá. Historia.

28 de diciembre de 2017 Por: Paola Andrea Gómez / Jefe de redacción de El País

La culpa la tiene Celia, la doña que iba a los sitios de Dagua y Buenaventura a buscar la melodía, pedía un tintero de aguardiente, escuchaba la que le gustaba y al final le decía al dueño del lugar que se la vendiera.

-No señora, es que esta música no está en venta.

-Bueno, entonces deme otro tintero, sino me la va a vender.

Celia, testaruda y de buen oído, se quedaba ahí, tomándose otro tintero y aguardando el momento para persistir en su pedido...

-No señora, es que ese disco es muy difícil de conseguir, no ve que lo traje de Buenaventura.

- Y qué difícil va a ser conseguirlo si a usted le queda cerquita. Difícil para mí que no vivo aquí. Véndame el disco, hombre...

Tanto iba el cántaro a la fuente, o mejor dicho, tanto insistía Celia entre tintero y tintero que terminaba convenciendo a más de uno y llevándose a su casa tremendas joyas.

Celia Libreros es la mamá de Olimpa, la melómana de 95 años que esta noche (miércoles), a las 7:15 p.m., programa sus boleros en el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas. Y Olimpa es la mamá de Pablo Emilio Solano, el conocido melómano de la terraza del barrio Barranquilla, uno de esos guetos de esta Cali sonora a los que solo se llega ‘recomendado por’ o ‘acompañado de’; un sitio donde como diría un conocedor, arrastrando el acento, “te ponen una musicota, que no has oído en ninguna parte, oís”.

Esta es la historia de una familia donde la melomanía se hereda de manera intravenosa. Como en tantos otros hogares de esta Cali Pachanguera. Y es también la historia de cientos de ‘long plays’ ordenados en un espacio donde la vida se detiene para rendirle culto a la melodía.

En las paredes de este rincón musical aparecen personajes insignes del Cali Viejo, recortes de crónicas, fotografías de artistas y un poster que resume la esencia del lugar ‘La vida es corta, disfrútala’.

Lo que trajo el barco

Olimpa, lúcida y elegantísima, de facciones finas y recuerdos memorables, se sienta a devolver casete, junto a la barra de la nutrida discoteca de su hijo Pablo, para contar cómo fue que empezó esta historia:

“No tenía quince años y ya estaba metida en este cuento. Esto es culpa de mi mamá que nos llevó a vivir a una finca, cerca a Dagua, y mi hermano Luis y yo, nos pusimos a pensar en qué hacer para quitarnos el aburrimiento:

-Luis, fíjate que hay tanta gente que tiene esos negocios, como los que hemos visto en Buenaventura. ¿No ves ese señor cómo trabaja de sabroso? y eso vive lleno de gente.

-Pero de dónde vamos a sacar plata pa’ eso, Olimpa.

-Pues con la que nos da mi padrino. O vendiendo pollos o huevos, esa plata la guardamos. Consigamos los discos y ponemos el negocio...

Y nos íbamos a Buenaventura a buscar la música. Andábamos las calles o íbamos a los barcos, que era donde se conseguía lo último. Nos pasaban ese montón de discos y como mi hermano casi no reparaba en eso porque a él lo que le interesaba era el negocio, entonces yo buscaba los mejores. Salía con 15 o 20 de allá, los pagábamos y nos montábamos en el bus rumbo a Dagua.

A mi mamá le gustaba mucho escuchar, y yo había comprado una vitrola, que era una belleza, sonora como ella sola. Un día comenzamos a poner elepés y de las otras casas decían ‘oiga, están poniendo música donde los Solano. Olimpa dijo que iba a traer discos a Buenaventura y ¡vela, ve! Vamos por la noche’.

Así iban llegando y yo tenía cerveza y aguardiente y se metían unas fumas de cocha… yo iba guardando mi platica y así juntaba para devolverme a Buenaventura a traer más música. Mi mamá se iba a la calle y a donde veía música se sentaba a oír y a comprar. Ella sabía bastante.

La casa de nosotros era grande, de dos plantas, el piso de abajo estaba alquilado para varios negocios. El zapatero era don Pacho. Mi papá me compraba los cortes de seda que traía un señor de Buenaventura, muy bonitos. Llegaban en barcos. Vieras, qué sedas. Yo aprendí a hacer los vestidos y los vendía porque era más plata que entraba para la música.

Lo que más me gustaba eran los pasillos. En esa época no hablaban de salsa, si no de música cubana, vals, guarachas, boleros… La música de Daniel Santos. Lo que más me gustaba era cuando se acercaba la Navidad que venían unos discos tan bonitos. Nuestro negocio se llamaba El Trapiche, porque al que no pagaba la cuenta lo molían a golpes…”.

Tanto como la lucidez de sus recuerdos más antiguos, Olimpa no ha perdido su contagiosa sonrisa. Es como una clave, que acompasa el final de sus frases. A veces, es la risa la que habla de sus querencias. Al igual que su cuerpo, que se mueve con suavidad, cuando Pablo le pone esos danzones que le encantan.

La herencia está a salvo

Pablo Emilio Solano es una institución en el universo melómano caleño. Él lo sabe. Más no lo presume. La arrogancia que a otros atrapa, le es ajena. La música no es su negocio, coleccionar elepés es su vida.

Su hermano Armando es como su productor: le ayuda a que todo permanezca en orden, que las fotografías, los cuadros, los vinilos luzcan bien. Gregory, su otro hermano que vive en Washington, es uno de sus mayores proveedores. Arrancando diciembre vino a ver a la familia y le dejó una caja con cien vinilos y una más de compactos. Luz Elena, el amor del buen Pablo, es la cómplice que atiende cálida a los visitantes. Y de paso, la que le ha robado la inspiración para dedicarle boleros, eternizados en pedazos de papel.

La consola de este coleccionista consumado tiene dos torna mesas, dos ecualizadores, un amplificador, un mezclador Rane (finísimo, agrega él) un mini disc, un eco, un sistema de reverberación, portavideos, esponsor de sonido, porta cartuchos...

De los muchos tesoros que tiene pone a sonar con orgullo uno al que la aguja hay que ponerla al final y no al inicio. Es el Fortíssimo, una producción de Ray Barretto que trae una Pachanga in Percussión y una Pachanga Oriental que suenan como los dioses. Seguido, programa el ‘Oh que será’ en la versión de Manuel el Loco Valdés (el hermano de don Ramón); uno más de Pedro Conga; el bolero ‘Confiésalo’ de Raúl Marrero, que luego el Conde Rodríguez hiciera bajo el nombre de ‘Blanca’; un bolero de Tony Aguilar y a continuación dice “es que el también cantó boleros”.

Hay tanto por escuchar en esta casa que hasta aparece uno de 45 revoluciones con el porro ‘Vamos a la carga’, un canto que se hiciera para ‘el caudillo del pueblo’, Jorge Eliécer Gaitán y uno más compuesto en homenaje a las víctimas de la explosión del 7 de agosto de 1956: un tango de Lucho Bowel que Pablo pone a sonar, recordando también al padre Hurtado y evocando al cantante del tema que, según relata, era un ecuatoriano que andaba muy de moda por esos días en la Sucursal del Cielo.

Aunque Pablo prefiere hablar con las historias de sus pastas y es una delicia escucharlo, su testimonio es el lado B que completa este vinilo:
“Es que desde siempre he estado entre discos. Desde cuando teníamos el bailadero El Trapiche y luego, Cachipay. Después empecé a conseguir lo mío. En los años sesenta me traje para Cali la música guardada y seguí consiguiendo la mía.

De pequeño escuchaba a Daniel Santos, Pepe Merino, el Cuarteto Flores, Raúl López, Tony del Mar, Tito Cortés... Y uno se fue enamorando de esa música porque veía a la gente cómo se transformaba cuando la escuchaba. Yo me ponía a observarlos y me emocionaba tanto.

Que mi mamá vaya a melómanos es una emoción muy grande. Con los años que tiene creo que es la persona con más edad que va a programar, y todavía tiene fuerzas. Cuando ella sube a la terraza y se sienta a oír música la gente se pone feliz.

Aquí viene gente de todo el mundo. No sé como llegan pero llegan. Creo que es porque tenemos otra línea, otro estilo. Le gusta que ponemos jazz y lo fusionamos con salsita, con bolero, con tango...

Mi artista es Daniel Santos, toda la música de los años 48 y 49, todos esos boleros, las guarachas pero más que todo la vieja. Y más recientes, Raúl Marrero y Héctor Lavoe. De los nacionales, el Grupo Niche.

¿Qué cuántos discos tengo? Hay bastanticos pero nunca los he contado. La gente me pregunta que si no me canso de ponerle música a los que vienen cada ocho días. Y les digo que no, que me gusta escuchar música a cualquier hora, a toda hora.

Aquí en Cali la gente es muy amante de la música, está con ella a todo momento. Por eso no se ha perdido esa identidad, porque a los hijos de uno el estilo se les impregna. Mi hijo de ‘veintipico’ de años, me sigue los gustos. Esto no se muere...”.