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Los Millenial son la generación nacida entre los años 85 y 95, según los estudios. | Foto: Freepik / El País

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Cinco consejos de un 'inexperto' para 'papás millennials'

Muchos creen que ser padre antes de los 25 años puede truncar los proyectos de vida. Pero la verdad es que tener hijos cuando se es joven tiene muchas ventajas insospechadas.

16 de junio de 2019 Por: Yefferson Ospina - redactor de El País

Probablemente una de los momentos más difíciles de ser un padre joven, digamos entre los 20 y los 25, sea ese cuando llegas a casa, después de haber acompañado a tu novia a hacerse la prueba, y te dispones a contarle a tus respectivos padres: “Hola mamá, qué tal el trabajo. Eh, bueno, vengo a decirte que vas a ser abuela”. Y entonces, lo consabido: “Ah, ya se va a tirar la universidad”. “Ahora sí, no se va a graduar nunca, va a terminar trabajando de mesero en un McDonald’s”, “Yo ya lo crié a usted, ahora usted verá...”, y demás.

Sí. Eso puede ser mucho más difícil que aquel momento vertiginoso en que la prueba marca positivo... En fin, el asunto es que ser un padre joven, menor de 25, por ejemplo, es difícil.

Un estudio del Banco de la República dice que, cuando se es padre antes de los 30, los ingresos económicos se ven afectados en un 11 %. También que se posponen los estudios, que se disminuye la capacidad para el ahorro, que se cambian radicalmente los hábitos de vida, etcétera.

Claro, no puede ser de otro modo. Es que ser padre es duro, a cualquier edad es duro. No hay que romantizar. Digámoslo de una vez: ser padre es difícil, y si eres joven y apenas empiezas a trabajar o incluso no has acabado la universidad, lo es más.

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Y si uno se fija en los vientos de nuestro tiempo, pues bueno, la cosa puede ponerse peor: las tasas de desempleo no son las mejores, cada vez hay menos empleos estables, no es tan fácil comprarse un casa como lo hicieron nuestros padres, la crisis medioambiental nos hace pensar si vale la pena traer más gente al mundo...

Pero la verdad es que para hablar de estos temas no hay más alternativa que recurrir a la experiencia propia. Porque después de todo, las investigaciones, los estudios, las estadísticas, no lo dicen todo, no pueden aprehender la profundidad conmovedora de esa experiencia hermosa que significa ser padre, a la edad que sea.

En mi caso, me enteré de que iba a ser padre cuando tenía 23, y cursaba noveno semestre de mi carrera. Y bueno, todo lo que dicen los estudiosos me sucedió: el grado se pospuso durante cinco años porque el tiempo entre el trabajo recién adquirido y el cuidado del bebé recién llegado, no me daba resquicio para terminar la tesis.

Ahorros. Bueno, no tanto: cuando se tiene un bebé no se puede ahorrar al mismo nivel que lo hacen los compañeros de trabajo. Quizá ni siquiera se puede ahorrar...

Y claro, cambios de rutina: si el propósito es ser un padre responsable, estar ahí para tus hijos, hay que cambiar los partidos de fútbol del domingo por una salida a la ciclovía con tu hijo y tu esposa; y la fiesta del sábado en la noche para ver por vigésimo quinta vez Toy Story o Monster Inc., o, ¿cierto que les ha pasado?, Frozen.

Pero nada puede igualar el hecho de que tu hijo, que tiene cinco mientras tú tienes 30, sienta que contigo, que tienes energía suficiente aún, puede jugar a las escondidas después del trabajo, puede armar un castillo de Lego, o puede estar seguro de que no lo dejarás caer mientras lo cargas en hombros en la piscina.

Nada puede compararse siquiera al hecho de que, cuando estés llegando a los 40 y tu hija o hijo se acerque a los 15, sienta que eres como su amigo experimentado, en el que puede confiar, con el que puede contar aún para irse de campamento al desierto de la Tatacoa, por ejemplo.

Son esas las virtudes insospechadas de hacerse padre tan tempranamente: disminuir la brecha generacional, quizá entenderlos mejor, el hecho de que no te vean como el tipo lejano de costumbres extrañas, no, sino incluso como ese hombre a veces un poco torpe que sí, es su padre, que llega a comer más dulces que ellos mismos, porque a los 30 todavía se puede comer mucho helado...

En fin. Pero no es para proponer una pelea entre padres jóvenes y los que no lo son tanto, no. Es más bien para decir: no se trata de tener la energía de la juventud o los ahorros de la adultez para ser mejor padre, no. Se trata de quererlo ser, de comprender y valorar cada día el hecho único e invaluable de tener en nuestras manos el milagro de la vida. Y que ojalá no se nos caiga en la primera cargada.

A mí casi me sucede...

Consejos de un padre inexperto...

1. Darles la confianza

Uno siempre quiere enseñar, pero al final, de lo que se trata es de darles confianza. Algo que aprendí enseñándole a mi hijo a montar bicicleta, es que es imposible enseñar a hacerlo. Lo que uno realmente hace es ayudarlos a confiar en ellos mismos, a enfrentar sus propios miedos.

Esperar que todo lo hagan del modo que uno quiere suele frustrarlos. Funciona más cuando uno les dice que cree en su manera de hacer las cosas.

2. No lo señale

Lo digo de un modo metafórico. Un día mi hijo hizo un dibujo en la pared por el que recibió un regaño, y cuando mi esposa y yo hablamos con él, nos explicó que era un regalo para nosotros. Bueno, se nos partió el corazón...

Hay que tratar de entenderlos, siempre. Es una obviedad, pero muchas veces se olvida: son niños, piensan de manera diferente, para ellos
las paredes limpias son muy aburridas.

3. Aprender a perder

Creo que una de las cosas más difíciles para un padre, no importa
la edad que tenga, es aprender a perder batallas: que no se ponga
la pijama a la hora que se lo pidas, que no se coma el brócoli, que de vez en cuando no quiera desayunar en el comedor sino frente a la televisión, que no se levante a las 6:00 sino a las 6:15.

No siempre se puede ganar, de hecho, normalmente uno pierde muchas batallas. Hay líneas que los hijos no pueden cruzar, claro, asuntos del respeto, responsabilidades de todo tipo. Pero tampoco hay que convertirse en un esquizoide del orden. Es bueno permitirles un cierto margen de maniobra de sus propias vidas.

4. Escucharlos siempre. ¡Siempre!

Es otra obviedad que a veces olvidamos demasiado: los niños ven el mundo de una manera completamente diferente, y por tanto, sus dramas y sus dificultades nada tienen que ver con las nuestras. Pero eso no significa que no tengan importancia. Mi hijo llega triste del colegio porque una compañera no jugó con él a la lleva. Puede sonar un poco tonto, pero para él es importante, y desea que lo escuchen.

5. Alimentarse bien y hacer ejercicio

Suena extraño, pero es una de las cosas importantes. Porque ser padre es como un deporte extremo, tus hijos quieren jugar absolutamente todo el tiempo, salvo que estén dormidos o en el celular. Y bueno, como todo deporte extremo, hay que estar en condiciones físicas de practicarlo. Los que hemos tenido que cargar a un niño en una fila o en un recorrido por un parque de diversiones, sabemos de lo que hablamos.

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